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sábado, 18 de junio de 2016

El olvidado cabo Juan, ni mármol ni bronce



El Cabo Juan era un indígena originario de la parcialidad de los Weenhayek (Mataco, Wichi), aunque hay quienes afirman que era un Toba. Siendo muy joven, rondaría los 16 años, se alistó en las filas del ejército boliviano.

Éste se encontraba prestando su servicio militar cuando tuvo el terrible dolor de perder a su padre. Los años subsiguientes trabajó de todo, ayudante de albañil, pescador y agricultor.
Algunos años después, en el año 1932 sobrevino la Guerra del Chaco (Guerra entre Bolivia y Paraguay). El verdadero nombre del cabo Juan, era Juan Galvann, según se sabe vivía en Ibibobo. Fue uno de los primeros voluntarios de ascendencia indígena que se ofreció de guía y baqueano. La situación económica, la precariedad en el hogar, el trabajo esporádico en las haciendas, la sobrevivencia a base de pesca, pudo más que la dureza del monte, aquello apresuró su decisión de alistarse tempranamente.
Pasada la contienda chaqueña, las diversas batallas que debió sortear habían curtido el semblante de aquel muchacho que ingresó a la guerra dejando a su novia en la Comunidad de Capirendita. Cuando retornó para visitar la tumba de sus padres conoció que su novia estaba casada con otro hermano de sangre, quizá por ello, jamás contrajo matrimonio.
Sin embargo, el cabo Juan estaba convertido en un hombre maduro, modesto al extremo. No lucía las condecoraciones de guerra que se merecía por su valentía y servicios prestados, fue merecedor de un ascenso militar en pleno campo de batalla, fue galardonado con el Grado de Cabo de las Fuerzas Armadas de Bolivia. En tiempo de paz se le honró también con el grado de Sargento, recibió el reconocimiento de buen agrado como buen soldado que fue, pero jamás aceptó la designación.
En su vida cotidiana prefería que le llamarán Cabo Juan, hasta parecía que hinchaba el pecho de orgullo; éste fue un apelativo honorífico y real con el que pasó a la memoria popular y a la propia historia de la Guerra del Chaco, lamentablemente, muy pocos recuerdan su apellido.
Probablemente, rondaría los 70 años de edad, cuando se lo vio transitando por las calles de Villa Montes (Tarija-Bolivia), sin duda estuvo olvidado de la patria, no llegó a recibir la pensión de excombatiente, se ganaba el día, unas veces como changador, otras como pescador. Así pasó el resto de su vida, vendiendo pescados o artesanías de su propia fabricación.
Su padre había sido un hábil tallador en madera, el cabo Juan había heredado tal destreza, relataba que durante la guerra, en sus ratos de ocio, tallaba figuras de animales y también humanas para obsequiárselas a sus superiores y amigos; poco tiempo después las tallaba en madera para venderlas y sobrevivir.
Aunque no sabía leer ni escribir, tenía la sabiduría a flor de labios, era modesto y reflexivo, gustaba narrar ciertos pasajes de la contienda chaqueña a su manera. La contextura de su cuerpo era delgada, estatura regular; otrora atlética, ahora se lo veía más pequeño, un tanto encorvado, cabellos lacios y canosos, sin calvicie. Las arrugas se extendían por todo su rostro, sus ojos se habían apagado, pero cuando rememoraba sus hazañas de guerra, parecían chispear de emoción, mientras sus cejas se alzaban en extremo.
Sus labios gruesos y partidos por la sequedad tropical, conjugaban con su piel cobriza. No se dejaba crecer bigotes y barba y, los pocos pelos que tenía, no se los podía apreciar en su rostro de metal. Vestía a la usanza del propio originario de la región, camisa a cuadros y pantalones amplios, sus pies calzaban alpargatas, lo que le daba un toque especial al caminar, parecía un viejo militar de carrera, una gacela deslizándose en el pastizal.
A pesar de su roce con distintas personas y clases sociales, su modo de hablar era típico del que se acomoda a la lengua que no es la suya. Cuando se dirigía a sus interlocutores, conservando el respeto y delicadeza, decía: “ché, como está vó...”; “chao ché...”; “No me gusta ser Sargento yo; má bonito es Cabo Juan”.
Los originarios de la zona, al igual que pobladores de Villa Montes, lo recuerdan con cariño, relatan sus anécdotas, algunos rememoran lo escuchado de él y como se desenvolvió durante la guerra, otros exaltan la valentía que tuvo como guía de las tropas bolivianas, puesto que fue un rastreador intrépido y valiente, casi siempre daba con el enemigo, su olfato jamás le falló para descubrir reservorios de agua y vegetales acuíferos como el cipoi.(Tubérculo que crece en lugares arenosos y secos).
Así vivió el Cabo Juan, en medio de la pobreza y abandono; durante los últimos años de su vida, disfrutó del aprecio de la población y sus alrededores, esporádicamente viajaba a Yacuiba, incluso pasaba a Tartagal y Salta (Argentina).
La fecha más solemne para los chaqueños es el 14 de junio de cada año, fecha que se recuerda el cese de hostilidades, fin de la Guerra del Chaco, cuentan que en varias ocasiones el cabo Juan observaba desde cierta distancia el desfile cívico y los homenajes y reconocimientos que recibían otras personas por su aporte, sea al Ejército Nacional; Subprefectura, Alcaldía Municipal e instituciones cívicas. Pero esas distinciones jamás llegaron al pecho del patriota, que con seguridad hubieran satisfecho sus necesidades, aunque no las más esenciales de vivienda, atención médica, comida y vestido; triste destino de los héroes anónimos y abnegados servidores de la patria.
En los últimos años de su vida se trasladó a la comunidad de Ibibobo; zona militar y pesquera, allí dejó de existir el 25 de julio de 1965, un hermano de sangre, en homenaje póstumo, talló en piedra un rústico busto del cabo Juan, tratando de representarlo, cuya pieza la encontramos en el año 1997 sobre los pies de su tumba.
En viaje posterior, en fecha 12 de junio de 2015, el pequeño busto había sido colocado sobre un precario pedestal de cemento como centinela de sí mismo y custodiaba los pies de aquel nicho. Lastimosamente, creyendo hacerlo bien, alguien pintó el busto de piedra con pintura dorada, lo que le quitó el ornamento original de belleza.
Los restos del cabo Juan descansan en una sencilla tumba del sector izquierdo del panteón de la comunidad de Ibibobo, ubicada casi frente al portón del Cuartel del Ejército. En la cruz de madera, lleva una lámina inscrita: “Cabo Juan Galván N., Q.E.P.D.” Las arenas rodean aquellos restos que defendieron la integridad territorial boliviana y sus riquezas que contiene su suelo.
Alguna vez se tendrá un busto o monumento en plazas y avenidas de Bolivia para exaltar la figura del cabo Juan; por ahora, ni mármol ni bronce recuerdan al indígena que enseñó al soldado boliviano el rumbo de las cañadas.

SOLDADO QUE AYUDÓ Y FUE FUNDAMENTAL EN LA GUERRA

La tumba del cabo
Comunidad de Ibibobo, año 2015, tumba del cabo Juan, célebre indígena que se destacó en la Guerra del Chaco por su valentía y conocimiento de la región. A pocos metros se encuentra el río Pilcomayo.

Valientes soldados
Existieron valientes soldados entre los indígenas de tierras bajas, habituados al calor, con buen sentido de orientación y consientes de los peligros que esconde el monte chaqueño. Tal es el caso de “El cabo Juan” que sirvió de guía a Ustarez, Busch y Cuellar, gracias a él se lograron grandes victorias.

Puerto Casado
Llegada del tren transportando prisioneros de guerra bolivianos enfermos. Jorge Wilsterman era el encargado de sacar con rapidez y esmero a los heridos y enfermos graves para llevarlos a los hospitales de retaguardia.

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