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domingo, 26 de diciembre de 2021

Tiwanaku (500-1100 d.C.) - Tiwanaku, más allá del centro

 La incorporación de diferentes sociedades bajo un paraguas ideológico y ceremonial permitió posiblemente también una amplia circulación de bienes y el desarrollo de una economía diversificada. Una variada producción artesanal de bienes utilitarios y suntuarios llegaba a Tiwanaku posiblemente en momentos especiales del ciclo anual relacionados con celebraciones y otros productos salían desde allí hacia otros puntos. Es posible que cada una de estas actividades especializadas hubiera sido realizadas por grupos diferenciados dentro de esta sociedad; y lo mismo pudo haber sucedido con otros rubros de producción especializada, como textiles o cerámica.

Los que hoy están considerados como asentamientos tiwanakotas tuvieron diferencias entre sí, tanto en tamaño como en funcionamiento, mostrando la existencia de una jerarquización en la estructura y relaciones diferenciadas con las élites del centro ceremonial. Probablemente, los mecanismos de integración entre estos grupos y el Estado de Tiwanaku fueron diversos. Entre ellos podríamos citar algunos (Rivera, 2012) como:

  • el control territorial directo en las zonas aledañas a la capital
  • el control a través del establecimiento de colonias en lugares distantes, como en Omo, hoy Perú
  • el control indirecto establecido mediante redes de intercambio de los propios grupos locales y
  • las relaciones y pactos de autoridades centrales con gobernadores locales, como en San Pedro de Atacama, hoy Chile (Mujica, 1996).

Diferentes hipótesis desarrolladas durante el último medio siglo muestran dos tendencias en cuanto a la condición de Tiwanaku como Estado. Una de ellas considera que Tiwanaku fue un Estado jerárquico, con un proyecto de expansión territorial basado en estrategias de control directo o indirecto, a partir de pactos entre élites gobernantes, en una región amplia y con una economía dirigida y regulada desde el centro. Otra tendencia de las investigaciones muestra un modelo de organización

segmentaria que se desenvolvía bajo un sistema ideológico y cultural común a todos los grupos. Las relaciones entre estos grupos habrían sido fluidas y los pactos habrían estado sujetos a negociaciones. Unidades diferentes pudieron quedar aglutinadas por una ideología, rituales cíclicos y festividades que tenían lugar o se representaban en el complejo ceremonial de Tiwanaku. Más adelante, estas prácticas podrían también haber dado lugar a políticas económicas dirigidas por las élites que organizaban el culto y posiblemente también tenían control sobre los intercambios de productos desde y hacia el núcleo en el altiplano.


El influjo, la gravitación y la atracción que ejerció el complejo ceremonial de Tiwanaku, la parafernalia ligada a este centro y las ceremonias y festividades que allí se realizaban pudieron haber atraído a numerosas sociedades que se desarrollaban a corta y larga distancia, que fueron acercándose cada vez más a Tiwanaku.

A diferencia de Wari, un Estado de tipo imperial que se desarrolló en la misma época en la zona de Ayacucho, Perú, y que tuvo características muy similares (como veremos más adelante), Tiwanaku no basó su hegemonía en las armas, ni se expandió por medio de conquistas bélicas, como parece mostrar la inexistencia de evidencias (armas, proyectiles) en el territorio nuclear, en los sitios que controló o donde ejerció su influencia. Este es el consenso actual entre los especialistas que estudian el tema, quienes resaltan la ausencia de armas y de restos arqueológicos que muestren elementos relacionados con acciones violentas contra posibles enemigos o grupos conquistados.

¿Cómo logró Tiwanaku su sitio de supremacía en la región centro-Sur andina y lo mantuvo durante siglos? Los estudios más recientes hacen énfasis en que esto se logró por medio del consenso con otras sociedades. Sin embargo, algunos investigadores ponen en duda la posibilidad del surgimiento de un Estado sin componentes de violencia o de coerción, tanto en su formación como en su consolidación ¿Por qué individuos o grupos humanos cederían su autonomía para convertirse en parte (parte subordinada, además) de formas de gobierno despóticas (Cohen, 1978) de grupos distantes o ajenos? ¿Por medio de qué mecanismos podría un grupo llegar a subordinar a otro imponiendo su voluntad en diferentes ámbitos de la vida?

¿Por qué razones o medios un grupo social determinado se convertiría en la élite estatal, con el ejercicio de determinadas prácticas de las cuales dependerían otros grupos? Incluso si las relaciones entre diferentes sectores se hubieran iniciado de manera igualitaria, en alguna fase de esas relaciones debió haberse producido una diferente correlación de fuerzas que habría llevado al dominio de un grupo o sector sobre los demás. Albarracín (2001), por ejemplo, a pesar de plantear

básicamente el modelo consensual para la formación del Estado de Tiwanaku, considera que, inicialmente, su supremacía pudo haberse debido a acciones de ataque a otros centros de la zona, para posteriormente incorporarlos a su dominio local, pero como ya señalamos, hasta la fecha no se han encontrado evidencias de luchas internas en el núcleo, ni con sociedades diferentes en esta etapa en el área del Titicaca.

Es posible, igualmente, que la violencia asumiera otras características, causando temor a través de imágenes, como sucedió con anterioridad, en Chavín de Huantar. Probablemente, las cabezas-clava empotradas en los muros del templete semisubterráneo de Tiwanaku representaron a las sociedades que formaban parte de Tiwanaku; algunos autores consideran que

eran una ostentación de su supremacía sobre los otros grupos (Kolata, 1993). En este sentido, las esculturas que muestran a sacerdotes o jerarcas con una cabeza-trofeo (los chachapuma) podrían ser también una muestra de la coacción ejercida

desde el Estado. Sucedería lo mismo con los sacrificios humanos, que, en última instancia y más allá del propósito religioso y ritual, debieron haber generado también temor en la población. En Tiwanaku se encontraron numerosos sacrificios

de hombres, mujeres y niños, tanto en la pirámide de Akapana como en otros puntos del centro ceremonial; fueron rituales, pero pudieron connotar también un aspecto inquietante acerca de la potestad sobre la vida y la muerte que tenía la élite sacerdotal que realizaba las ceremonias.


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