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martes, 16 de julio de 2013

El histórico Loreto de La Paz

Entre los edificios públicos de La Paz, legados por los españoles, ninguno más célebre, después del Palacio de Gobierno, que el templo de la Compañía de Jesús, conocido por nosotros con el nombre del LORETO, y que fue demolido en 1901, para construirse en su lugar el Palacio del Congreso.

Este templo, así como el convento que lo circundaba, ocupando toda la manzana, en una parte de la Plaza Mayor, fue construido por los padres jesuitas. El templo, dedicado a la advocación de Nuestra Señora del Loreto, fue estrenado en 1710.

Expulsados los jesuitas en 1767, pasó el templo a pertenecer al colegio Carolino o Seminario, hasta principios del siglo XIX, en que aquel fue clausurado.

En 1809 fue testigo de los fastos históricos que culminaron con la revolución del 16 de julio y de la posterior ejecución de Murillo y los protomártires en 1810, pues la horca y el tablado se alzaron a su frente en plena Plaza de Armas.

En 1838 se fundó la Universidad Mayor de San Andrés, y el Loreto fue destinado a servir de Salón Universitario, o Universidad, nombre con el que fue conocido hasta su demolición.

En los primeros años de la república no hubo en La Paz un edificio, o mejor dicho, un salón lo suficientemente espacioso para servir de recinto legislativo; y el único que ofrecía cierta comodidad fue el Loreto. En este local funcionaron pues los congresos y asambleas de 1847, 1851, 1861, 1868, 1872, 1873, 1877, 1880 y 1881. Desde 1882 hasta 1900, sesionó en él la Cámara de Diputados todos los años en que el Congreso funcionó en la ciudad de La Paz.

Aquí se produjo la encerrada del 24 de noviembre de 1872, en la que el coronel Daza, influido por el doctor Casimiro Corral, invadió el salón legislativo con una banda de música en momentos en que funcionaba la Cámara, introduciendo el desorden y la confusión entre los diputados, que abandonaron el recinto apresuradamente llenos de sorpresa y pánico. En la huida, el diputado Jacinto Villamil se fracturó las dos piernas al saltar la pared de una casa inmediata.

En el Loreto se invistieron o fueron investidos del mando supremo, los generales Manuel Isidoro Belzu (1851), José María Achá (1861), Agustín Morales (1872), el doctor Tomás Frias (1872), don Adolfo Ballivián (1873, el general Hilarión Daza (1876), el doctor Aniceto Arce 1880 y por último el general Narciso Campero (1880).

Pero, lo que mas que todo, dio una triste celebridad al Loreto, fueron las matanzas de 23 de octubre de 1861, efectuadas en su recinto.

El comandante general del departamento de La Paz, coronel Plácido Yáñez, aprovechando la ausencia del gobierno, hizo tomar presos en la mañana del 29 de septiembre de 1861 a un buen número de personajes del partido de Belzu y Córdova, pretextando que había descubierto un secreto plan de conspiración.

Todos estos presos fueron encerrados en el Loreto y custodiados por una guardia reforzada. El general Jorge Córdova, fue alojado en el coro del edificio.

A las 12 de la noche del 23 de octubre, se oyó en la plaza cierta vocería y disparos de fusil, producidos según unos, por los comisarios de policía capitaneados por Monje, quienes simulaban una revolución gestada por los cordovistas.

Yáñez, que vivía en el palacio, despertó sobresaltado, saltando del lecho, pistola en mano. Hizo levantar de la cama a su hijo Darío, y poniendo en pie su guardia, salió a la plaza, donde sintió detonaciones más frecuentes, y se encontró con algunos grupos de cholos que acudían de diversas calles, especialmente de la del Comercio.

- “Basta”, - exclamó con estentórea voz. Este “basta” resumía la tempestad de su alma.

Se encaminó al Loreto, donde estaban los presos y dirigiéndo los soldados de la guardia, les dijo: “pronto, pronto, hay que hacer heder a pólvora la cabeza de estos pajueleros... Belzu... Tapia... Córdova... Hermosa... Espejo... Balderrama... Ubierna... salgan afuera... ¡fuego!... que pataleen estos picaros. Mejor es desterrarlos a la eternidad... ¡fuego!... Que no quede ni uno para semilla... fuego!... fuego!”... Y todos eran fusilados en el orden en que Yáñez pronunciaba sus nombres; se les mataba uno por uno, de manera que cada víctima presenciase la muerte de sus compañeros y sintiese lo sublime del horror antes de expirar. Unos, en camisa, se ponían de rodillas implorando misericordia; pero no había piedad; siquiera una hora, un minuto, para recibir los auxilios espirituales: mucho menos. Estos se lamentaban por sus hijos y esposas, aquellos por sus padres y hermanos; los más se envolvían entre las camas cubriendo sus cabezas para no ver tanto horror; pero todos morían; el plomo homicida destrozaba la boca de los suplicantes y ahogaba en la mitad sus gritos; las balas acribillaban las frazadas y colchones, atravesaban las cabezas envueltas y ahogaban los sordos gemidos! “En medio de aquella confusión y en la prisa de matar, los soldados herían mal y atormentaban cruelmente a las víctimas. Vióse entre pilas, al teniente coronel Balderrama levantarse después de herido y correr desesperado por la plaza, pidiendo a gritos que no lo maten.

Unos de pie, otros de rodillas, algunos con la venda en los ojos, los más sin ella, iban recibiendo las descargas que los derribaban sobre el pavimento de la plaza, dejándolos en una agonía lenta y dolorosa”.

silados los detenidos que se hallaban en el cuartel del Batallón 2º. Los militares José Santos Cárdenas y Leandro Fernández pasaron a aquel lugar y ejecutaron dicha orden inexorablemente. Fernández fue el que subiendo al coro del Loreto con algunos soldados había poco antes fusilado en su lecho al general Córdova”.

La ambigua luz de la mañana siguiente, iluminó un fúnebre panorama. Los cadáveres hacinados en desorden en el pavimento de la plaza; despojos humanos esparcidos por doquier; fragmentos de cráneos adheridos a las paredes del Loreto, charcos de sangre, cadáveres desnudos y mutilados…. Tal fue el terrible cuadro que alumbró el sol del 23 de octubre de 1861!.

Y ese sol fué testigo de otra escena más sentimental todavía. Los primeros rayos cayeron sobre los arroyos de lágrimas de las esposas y de los niños, que deshechos en llanto y levantando hasta el cielo sus dolorosos lamentos, se abalanzaban sobre los ensangrentados cuerpos de sus maridos y padres. Más, los verdugos, le privaban hasta de ese postrer consuelo; los arrastraban a un lado con torpes manos y los sablazos y los golpes de las culatas imponían silencio; mataban la última de las libertades humanas: ¡la libertad del! dolor y del llanto!.

Así permanecieron en aquella fatal noche 55 individuos entre los que se hallaban Jorge Córdova, Juan C. Hermosa, Francisco de Paula Belzu, Calixto Ascarrunz, José María Torres, Luis Balderrama, José María Ubierna, Mariano Calvimonte, Hermenejildo Clavijo, José Agustín Tapia, Victoriano Murillo, José Ugarte, José Zuleta, Pedro Espejo, etc., cuyos nombres han pasado ya a la historia como los mártires sacrificados al furor y encono de un sanguinario soldadote.

Tal fue la triste historia del célebre Loreto, hoy en día Palacio Legislativo. El Diario, La Paz, 16 de julio de 1925. gonzalocrespo30@gmail.com

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