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martes, 16 de julio de 2013

1809: Gobiernos autónomos, coaliciones territoriales y alianza con indígenas en el contexto de la Revolución

Escribir sobre 1809 es un desafío porque se ha escrito y repetido mucho. Desafío porque existen aseveraciones contrapuestas: unos se refieren a las primeras expresiones independentistas mientras que otros, particularmente en las últimas décadas, han considerado que se trata de Juntas que, como todas las que tuvieron lugar en 1808-1809, se levantaron en defensa del rey.

Desafío también, porque Murillo ha vuelto a ser cuestionado (junto con el propio movimiento de 1809). Es claro que 1809 no es 1780-1781 y tampoco se puede esperar que fuera un movimiento con demandas que pertenecen a nuestra época.

Aquí nos gustaría abordar algunos temas en general poco conocidos por el gran público. Después de un breve recuento de algunas posiciones divergentes, nos referiremos a la existencia de coaliciones territoriales, a la cronología del movimiento y a la búsqueda de alianza con los indígenas.

Debates historiográficosLa investigación de O’Phelan, una de las mayores especialistas en Túpac Amaru y las rebeliones en el siglo XVIII, recordó que en 1809 el lema de la Junta de La Paz era: “Por el rey, la religión y la patria”.

Por su parte, Mendoza se centró en “la fabricación” de un documento, una de las versiones de la llamada Proclama de la Junta Tuitiva (1997). Ambos trabajos cuestionaron el rol “revolucionario” de La Paz en 1809.

Sin embargo, José Luis Roca (1998) respondió a Mendoza afirmando categóricamente que los que fueron al cadalso lo hicieron por lo que dijeron, escribieron e hicieron. A pesar de ello, Irurozqui planteó, en 2007, en un artículo, que todo el proceso se dio en defensa del rey y la monarquía haciéndose eco del planteamiento generalizado de considerar a todas las juntas de América entre 1808 y 1810 bajo esta perspectiva.

El libro de Just sobre Chuquisaca (1994) quedó de alguna manera solitario: el autor enfatizó no sólo en el carácter radical que se dio en 1809 sino también en la estrecha relación entre Chuquisaca y La Paz.

Publicó una serie de documentos muy ricos que nos condujeron a buscar más documentos y en el Archivo General de la Nación nos encontramos con 8.000 a 10.000 hojas sobre La Paz y Chuquisaca, documentación en general poco leída a pesar de conocérsela desde principios del siglo XX.

Esta documentación permite nuevas aproximaciones. Por ejemplo, permite señalar que había una “relación” entre La Paz y Chuquisaca, una alianza territorializada en la que participaron diferentes y heterogéneos grupos sociales.

El cuadro que emerge es un mosaico complejo de posiciones y es indudable, como sucede en muchos movimientos, que no había una sola visión y que diferentes actores se movilizaron activamente por diversas razones.

Es fundamental dejar de pensar en los dos extremos como antagónicos: defensa del rey o independencia. La búsqueda de independencia fue resultado de todo un proceso que no se inicia ni termina con el movimiento del 16 de julio.

Finalmente, resulta claro que en la época se dio una coalición entre La Paz y Chuquisaca versus Potosí y Lima (y también Buenos Aires). Dos coaliciones territoriales en alianza y en disputa.

En 1809 se dieron alianzas y enfrentamientos de amplios espacios regionales liderados por sus cabeceras: el movimiento en la ciudad de La Paz y sus provincias descabezó a sus autoridades acusándolas de traidoras, en alianza con la ciudad de la Plata y toda la región circundante, frente a la posición que tomó la Intendencia de Potosí encabezada por Francisco de Paula Sanz y Pedro Vicente Cañete que defendieron a las autoridades establecidas.

Se trataba indudablemente de la elección entre el establecimiento de gobiernos autónomos y/o el mantenimiento de las autoridades establecidas hasta entonces. En esta disputa, ambas coaliciones buscaron ganar hacia sus perspectivas a las restantes regiones, principalmente Cochabamba y Oruro.

La máxima autoridad de Potosí apelaría finalmente no sólo a Buenos Aires sino fundamentalmente a Lima y al Virreinato de Perú.

La documentación generada por las autoridades de los virreinatos los acusó de “insurrectos, sediciosos, tumultuarios” y de haber encabezado la “rebelión y la revolución” (estos términos tenían entonces un contenido profundamente despectivo) por la deposición de las máximas autoridades en diferentes lugares y el nombramiento de nuevas, lo que suponía el establecimiento de un gobierno propio, por los aprestos militares, por la alianza de criollos e indígenas y por el gran temor a la repetición de lo que había sucedido en las rebeliones del siglo XVIII pero esta vez en una alianza de no indígenas con los indígenas.

La búsqueda de una alianza con los indígenasEn este contexto, el movimiento finalmente se develó en La Paz durante la fiesta de la Virgen del Carmen cuando se tomó el cuartel y se depuso a las dos más altas autoridades del poder secular y religioso: el intendente y el obispo.

El cabildo, centro y motor del movimiento, convocó a cabildo abierto constituyendo la Junta Tuitiva y Representativa de los Derechos del Pueblo que lanzó un denominado Plan de Gobierno y que estuvo a cargo de la ciudad durante varios meses.

Es conocido que el Plan de Gobierno determinó que se invitara a un representante indígena (un indio noble) a la organización de la Junta Tuitiva (punto 5). De manera explícita se señaló a un indio noble de Omasuyos y a otros dos de Yungas y Sorata.

Aparentemente don Gregorio Roxas fue el nombrado por Omasuyos y don José Sanco por Sorata. El elegido por Yungas fue don Francisco Figueroado Ingacollo y Catari, “el mas principal y noble”, del pueblo de Chirca, cuya elección, se dice, causó “el mayor regocijo” en los vecinos y en los naturales procediéndose incluso a una misa tedeum.

Aunque no hay mucha más información, se hace referencia también a un “Plan General de Gobierno de los Partidos de Indios”.

Pacajes resulta un caso particularmente ilustrativo de las vías a través de las cuales se buscó una articulación. Uno de los involucrados en 1809, e integrante de la Junta, fue Melchor León de la Barra, que había sido cura de Caquiaviri.

Pero, además, hay indicios de que se procedió también a nombrar a un subdelegado y un protector para cada partido, recayendo estos cargos, para Caquiaviri, en Gabino Estrada y Eusebio Penailillo respectivamente.

Se dice que Estrada habló en una gran reunión. Dijo que para establecer su libertad era necesaria “la unión, y estrecha alianza entre los criollos y los indios pues ni los primeros ni los segundos de por sí solos nunca podrán contrarrestar a las fuerzas que traerán los europeos para esclavizarlos y entregarlos a una dominación extraña... ya era llegado el tiempo de sacudir el yugo odioso de los europeos quienes, a pesar de deber a este suelo su fortuna, oprimían a sus naturales tiranamente y pensaban entregarlos a una dominación extranjera y de herejes'”.

Se había ordenado también destruir los lugares donde se ejecutaban los castigos “diciendo que se quitase para siempre ese monumento de la tiranía de los europeos en que ejercitaban sus crueldades con los pobres, añadiendo' a los expresados indios, que si vivía el señor Don Fernando VII, serían sus vasallos, pero que si había muerto, ya no tendrían otro rey”.

La expresión “ya era llegado el tiempo” rememora la misma frase utilizada en las rebeliones de fines del siglo XVIII. Finalmente, la cita despliega una serie de categorías como indios, criollos, naturales, europeos, herejes, que muestra la complejidad pero también la búsqueda de una alianza.

Aparentemente se buscó también la participación activa de los caciques. Melchor Álvarez figura como cacique de Sapaqui, Calamarca, Ayoayo, Caracoto y Chanca; mientras que Luis Balboa lo es de Laja, Pucarani y Guarina; y Francisco Monroy de los indios de San Pedro.

Uno de los testigos certificó además que casi todos los caciques de sangre han sido “fomentadores de estas conmociones”. Otro testigo afirmó que se llamaban Comandantes de los Partidos y Parcialidades de indios.

La búsqueda de representación se acompañó de políticas concretas a nivel económico. Se ordenó que no se cobrara a los indios alcabalas sobre bayetas, costales, sogas, etcétera, ni sobre granos, carnes saladas y frescas y todas las demás especies del abasto público, al igual que de la madera y harinas. La única excepción fue el cobro sobre la coca y el aguardiente.

Pero en el mes de agosto había ya mucha preocupación porque se decía que había tropas que venían de Oruro por orden de Sanz en Potosí. La Audiencia de La Plata informó sin embargo que había decidido recurrir a un arma poderosa: una Provisión con sello real que ordenaba al intendente Sanz “cesar en todas las disposiciones”, dictaminando que nadie le prestara auxilio bajo la amenaza de ser declarado traidor al rey y a la Patria.

La horca: la condena ejemplarizadoraA fines de diciembre se inició el juicio a los rebeldes, culminando exactamente un mes después, el 27 de enero de 1810, con la sentencia a la horca a diez de los principales líderes de los sucesos del 16 de julio de 1809.

La horca se asociaba al mayor delito, es decir a la traición, siendo considerada como una pena infamante y de degradación moral o la forma más baja de castigo. Pero además, la horca se aplicaba de preferencia para los plebeyos, mientras que la decapitación era reservada para los hidalgos; el cuerpo de los ahorcados debía ser expuesto, lo que suponía su degradación y su infamia.

Así: el 29 de enero de 1810 se ejecutó la sentencia. “Ayer 29 de enero fue el día terrible de esta ciudad de La Paz. A las 5 de la mañana se tocó generala y a las seis se puso un cañón. Los granaderos fueron destinados a sacar los reos, amanecieron preparadas cuatro horcas y un tabladillo con banquillos para dar garrote. Manuel Cosío fue el primero que salió a ser espectador de la ejecución tirado por un borrico de albarda”.

“Siguió Murillo a quien ahorcaron, sucedieron Juan Antonio Figueroa, Ventura Bueno, Basilio Catacora, Mariano Graneros alias Challatejeta, Melchor Jiménez, Apolinar Jaén, a quienes dieron garrote, los quitaron en la horca. Últimamente sacaron a Gregorio Lanza y a Juan Bautista Sagárnaga, a quienes dieron garrote, habiendo sido degradado militarmente este último del empleo de alférez de delante de las banderas. A las 12 del día se concluyeron con los suplicios. Quizá la América no ha visto ejecución más seria y respetable. Todos los reos manifestaron valor y conformidad y estar bien dispuestos”.

Luego de haber dado muerte a los nueve principales líderes, se colgaron sus cuerpos en la plaza, descolgándolos al caer la noche para enterrarlos. Pero antes, la cabeza de Murillo se colgó en El Alto y la de Jaén a la entrada hacia Coroico, para público escarmiento.

El 28 de febrero de 1810 se emitió la sentencia para los demás cómplices o involucrados en el movimiento de julio –que sumaban ochenta en total, condenándolos en su gran mayoría al destierro en las Malvinas o en Filipinas. El 7 de marzo de 1810, José Manuel de Goyeneche dejaba la ciudad con gran satisfacción por su obra restauradora.

El virrey Abascal de Perú dejó un informe relativamente detallado de su gobierno y en él describió y calificó a los sucesos del 16 de julio como insurrección - tumulto - sedición - revolución - infame crimen de rebelión.

Describió lo sucedido con la metáfora de que se había experimentado “la Tea de la Revolución”, recurriendo a un término que se había utilizado en el propio juicio.

¿Qué pacificación? ¿qué final?La “pacificación” realizada por Goyeneche en 1810 supuso sólo unos meses. Tanto Cáceres como Gabino Estrada, es decir los involucrados en Pacajes en 1809, participaron en la conspiración y sublevación indígena en 1810 que en realidad reúne movimientos articulados: una conspiración descubierta en abril 1810 en Toledo, Oruro, relacionada con un movimiento liderado por Andrés Jiménez de León y Mancocapac que planteaba el retorno del inca y que aparentemente estuvo en relación con Cáceres (ver Arze 1979-1987 y Soux 2009 y 2011).

En agosto de 1811 se dio un nuevo cerco a la ciudad de La Paz y toda esta etapa se inserta ya en el contexto y en articulación a lo sucedido en Buenos Aires en mayo de 1810.

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