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lunes, 22 de febrero de 2016
El dramático febrero de 1781 en Oruro
ruro atravesaba la década de 1770; había bajado la producción de las minas, de modo que solo contaba con cerca de 5.000 almas. Algún autor indica que en la Villa de San Felipe de Austria se produjo una visible dinámica de clases, por la interacción económica, debido a los diferentes trabajos, con referencia a los modos y relaciones de producción.
La sociedad estaba formada por gente heterogénea; españoles, criollos, mestizos e indígenas: estos últimos en la servidumbre y en las minas. Los potentados mineros Jacinto Rodríguez y sus hermanos eran personajes descollantes y respetados; tenían un grupo de seguidores. Ramón Urrutia y Las Casas era el corregidor. Sebastián Pagador fue asimilado a sargento y era parte del grupo de Rodríguez.
El detonante para los sucesos de 1781 fue el apresamiento de los hermanos Katari en Potosí. Seguido por la rebelión del cacique José Gabriel Túpac Amaru, en el Bajo Perú, ocurrida en noviembre, 1780, disponiendo la ejecución de Antonio Arriaga, corregidor de Tinta. Esto alentó a los campesinos en Oruro y causó malestar entre las autoridades. La tensión subió cuando los campesinos de los pueblos aledaños comenzaron a ingresar en la ciudad en gran multitud, en actitud prepotente. Lo que pedían era la supresión de los onerosos gravámenes: encomienda y repartos.
Del grupo de Urrutia eran Santelices, Gurruchaya, Salamanca, Isidro Rodríguez, Ramón Serrano y Domingo de Urquieta. Del de Rodríguez eran Teodoro López, Eugenio Mendoza de Castro, Benjamín Quiroga, Sebastián Pagador, Demetrio Mena, Vicente Montesinos, José Manuel Caro, María Quirós y el capitán Menacho. La ocupación era protagonizada por indios provenientes de Paria, Sillota, Chusakheri, Andamarca y Challapata.
El 1 de enero de 1781 se verificaron las elecciones del Cabildo para dos alcaldes y corregidor. Lamentablemente perdieron los patriotas.
A despecho del peligro que entrañaba la situación de la ciudad, don Jacinto Rodríguez convocó a sus allegados, entre ellos sus hermanos, a Sebastián Pagador, al capitán Clemente Menacho, a María Quirós Herrera, a Caro y a Montesinos, entre otros. Era preciso unirse para defender la ciudad. Cierto, los indios se dedicaron al saqueo y al pillaje. Era imperativo hacer frente al peligro… decididamente. El problema era logístico. Necesitaban armas, pólvora, para ello, dinero. Calcularon que requerían de 4.000 pesos. Curiosamente el tesorero Parrilla ofreció prestar de su propio peculio 2.000. Se resolvió el entuerto. Compraron y repartieron vituallas a los defensores, y de acuerdo con lo proclamado por Rodríguez, era un estado de preguerra. Se produjeron escaramuzas y entre los caídos hubo indios, defensores criollos y realistas. Mediante ordenanza, Urrutia había dispuesto el apresamiento de Rodríguez, Pagador y otros, su detención y ejecución en la horca. Hubo muchos que apoyaban sinceramente a la insurrección, gritando vivas a Rodríguez.
Salieron escuadrones de militares profesionales que se sumaron a la represión y hubo otros choques. Murieron muchos indígenas. La situación se puso confusa. Los campesinos cometieron desmanes, se embriagaron y saquearon cantinas, bares y chirlatas, destruyeron casas e incendiaron varias haciendas que algunos criollos poseían en los alrededores de Oruro; saquearon también los templos y se apropiaron de las joyas y quemaron lo demás. El sacerdote Menéndez trataba de mediar, pero sin éxito. La clase privilegiada, presa de pánico, halló refugio en la mansión que ocupaba un potentado godo de nombre Endeiza, en la Plaza del Regocijo, junto a San Agustín. Era el 9 de febrero cuando atacaron esa casona y le prendieron fuego. Ardió toda la noche. Murieron muchos en esa refriega. Los sobrevivientes huyeron a través del templo aledaño. Urrutia y los suyos fugaron a Cochabamba. Los patriotas habían tomado el poder.
Era el 10 de febrero de 1781. Los campesinos seguían empecinados en ocupar Oruro, parecían no mostrar ningún entusiasmo. Cierto, Jacinto Rodríguez asumió el mando supremo, y todos fueron colocados en puestos importantes. A Sebastián Pagador lo asesinaron los indios, no en combate. Lo arrastraron por las calles porque impidió el asalto de Cajas Reales que estaban a su cargo. El problema se agigantaba a cada instante. Rodríguez y sus allegados se reunieron para planificar algún recurso destinado a desalojar a tan indeseables visitantes. Tuvieron que acudir a las Cajas Reales y necesariamente ofrecerles a cada uno de los indios algo de plata para que salgan de una vez de Oruro. Se comunicó todo esto a los realistas escondidos. que debían colaborar, que era imperativo ese recurso bajo promesa de indulto. Aceptaron. Entonces se hizo el reparto del dinero: un peso plata en cada mano de indio, sin embargo, aun recibiendo, no cumplieron, no abandonaron Oruro, tuvieron que buscar otra estratagema: apresaron a tres cabecillas y los ejecutaron. Esto hizo que algunos se replegaran hacia los cerros, otros volvieron a ocupar la ciudad.
Entonces tomaron otro recurso sagaz: los defensores atacaron las markas y ranchos de sus pueblos, mediante escuadras de soldados. Resultó eficaz, pues recién, en grandes marejadas, los campesinos abandonaron por fin la ciudad. Fue un recurso que dejó bajas entre los indios. Lamentablemente la insurrección fracasó.
Regresaron los realistas. Urrutia tomó cruel venganza: ejecutó a varios, procesó y desterró a otros enviándolos a Buenos Aires, a la llamada “Cárcel de los Orureños”.
Entre ellos estaba Jacinto Rodríguez, el artífice de la insurrección orureña del 10 de febrero de 1781.
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