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lunes, 22 de febrero de 2016

Participación popular en la revolución orureña



A través de la historiografía tradicional boliviana, se considera la revolución del 10 de febrero de 1781 en Oruro como un movimiento preinsurgente, anterior a las revoluciones de Chuquisaca y La Paz en 1809, identificándose en este acontecimiento una pugna por el poder local y una tendencia autonomista de los habitantes de la villa, los que reconocen que los objetivos fundamentales de la gran rebelión indígena eran “romper el yugo de la península y libertar a naturales y criollos”, ocasión propicia para plantear su proyecto autonómico por medio de una alianza con los indígenas, lo que fracasaría posteriormente por sus propias contradicciones políticas.

Adolfo Mier y Marcos Beltrán Ávila privilegian la figura de Sebastián Pagador y Jacinto Rodríguez de Herrera y su hermano Juan de Dios, como los principales protagonistas del alzamiento. Sin embargo, es necesario rescatar y valorar a algunos personajes que son minimizados o no son tomados en cuenta.

En estos acontecimientos hay actores secretos y manifiestos que aún no tiene su lugar en la historia porque están pendientes las investigaciones en los archivos históricos.

A fines de 1780 aparecieron pegados en las paredes del cabildo de Oruro y de las casonas pasquines y edictos que llamaban a sacudir “el yugo del ajeno rey”, en vísperas de elecciones del Ayuntamiento, lo que creó un revuelo y temor, desconociéndose a los autores (Beltrán p.282, 1925). La muerte de los corregidores Manuel de la Bodega y Llano en Paria y de Mateo Ibañez en Carangas aumentó la tensión, dándose las disposiciones para estas urgencias (Archivo Histórico de Oruro, Libro de cabildo de 1781).

Formadas las milicias de vecinos, recibieron un peso de erario, acuartelándose en el Corregimiento situado en la Plaza del Rey. Al desplazar el corregidor Urrutia a vecinos meritorios que gozaban de simpatía popular, como el capitán Clemente Menacho, además de desarmar a las compañías de mestizos y criollos por sospechar de una futura alianza con los indios invasores, provoca el descontento y resentimiento. Las mujeres de los milicianos son las primeras protagonistas, acudiendo a los cuarteles y logrando rescatarlos en contra de las órdenes del corregidor, destacan entre ellas la hija de Sebastián Pagador, María Quiroz, María Francisca Goya y Francisca Orozco.

En los sucesos del 10 de febrero, la plebe con ayuda de los milicianos —especialmente de la compañía de Menacho— colaboraron en la quema y apedreamiento de la casa donde se habían refugiado los peninsulares. Nicolás de Herrera y Galleguillos, natural de Oruro, fue acusado de ser fomentador y participante directo de los sucesos. Juan Gualberto Mejía, de Chayanta, fue acusado de escribir un diario en el que explicaba la posición criolla respecto a los hechos. Antonio Prieto, residente en Poopó, también escribió otro diario.

En medio de la rebelión se realizaron saqueos por parte de la plebe, encabezados por un zapatero al que llamaban Trocones, un pastelero, un tal Sancho y el cochabambino Toreadorcito, que fue ahorcado por los desórdenes (Cajías p. 1092, 2004).

Francisco Xavier de Velasco, de La Plata, fue acusado de haber arrancado el escudo de armas de Su Majestad que se encontraba en la puerta de la Administración de Correos de la villa de Oruro, acto que algunos autores le atribuyen a Pagador, quien ya había fallecido. Finalmente, los actores anónimos de la ranchería de San Miguel y el cerro Conchupata fueron decisivos en la revolución del 10 de febrero de 1781.

La participación popular en las rebeliones y revoluciones locales de la Villa de San Felipe de Austria de Oruro continúan a la espera de estudios e investigaciones históricas que revivan el rico pasado orureño.

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