Uno de los últimos sobrevivientes de la Guerra del Chaco, Benigno Quiroga Franco, de 97 años de edad, pide al Gobierno mejorar la calidad de vida de los beneméritos en sus últimos días de vida; solicita el incremento de la renta, que el pago sea a domicilio y un médico por persona.
“Estamos viejos y enfermos, no podemos hacer nada, ni caminar”, se quejó el hombre casi centenario.
Quiroga, al igual que sus pares, pasó grandes penurias que casi le arrebatan la vida durante la defensa del Chaco, en la que perecieron miles de soldados bolivianos.
Reconoce que se incorporó al ejército llevado por el espíritu aventurero de la adolescencia.
Cuando estudiaba en el colegio Alonso de Ibáñez en Potosí, junto con un compañero se presentaron al cuartel para ir a defender a su patria, mintiendo al asegurar tener 20 años y ser del campo.
Cuando sus padres se percataron de su desaparición dieron con ellos en el cuartel, donde después de hablar con un militar de alto rango, con el mayor dolor del mundo, dejaron marchar a sus hijos a la guerra, porque eso era lo que querían los muchachos.
Viajaron en tren hasta Matancillas, de ahí después de varios días llegaron a Tarija, donde fueron recibidos con banda.
Luego retomaron la marcha rumbo a Villa Montes. Ya en el lugar, recibieron un fusil, una cartuchera y adiestramiento en manejo de armas y tácticas de guerra.
Cuando se alistaba para ir al frente de batalla, un oficial le ordenó tirar una bolsa que llevaba con azúcar, un cuaderno, lápiz y tijera: “Ahorita usted va a entrar a combate y ya no va a salir ¡bote eso! Recién me di cuenta que estaba en la guerra”, contó.
Sirvió a la patria durante 18 meses, en el Regimiento Santa Cruz de la Sierra, 9 de Infantería, combatió en primera línea, como tirador de pieza liviana; ascendido al rango de cabo.
Sólo una carcasa le pescó en la espalda. “Moríamos de hambre y de sed y los piojos nos acababan, no nos cambiábamos, sólo teníamos la ropa que llevábamos puesta. Muchas veces teníamos que orinar, cavando previamente la tierra, ahí colocábamos nuestra caramañola para que se enfríe el orín para remojar nuestros labios”, contó.
Cuando retornó de la guerra estaba flaco y enfermo, irreconocible. “Ni el Gobierno se acuerda de nosotros, seguimos yendo a cobrar nuestro sueldito al banco, a duras penas. No es capaz de decir que se pague en su casa. No hay nada”, dijo.
Con el tiempo Quiroga se casó; tiene cinco hijas y tres varones, 25 nietos y 21 biznietos.
Los traumas de la guerra dejaron mella en su existencia. “Cuando se acordaba tomaba mucho, lloraba y se desesperaba”, comentó llorando su hija, Elba Quiroga.
Humberto Quiroga, hijo, dijo que el Gobierno debería asignar un médico geriatra a cada benemérito porque quedan muy pocos.
Margoth Quiroga, otra hija, se siente orgullosa de que su padre defendiera la patria con el riesgo de perder la vida. “Estamos felices de tenerlo todavía a nuestro lado”.
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domingo, 14 de junio de 2015
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