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viernes, 14 de febrero de 2014

Alevosa invasión a Antofagasta

La invasión chilena del 14 de febrero de 1879 al puerto boliviano de Antofagasta es el hecho más espeluznante y descarado de la historia de América. Pues, un Estado soberano dispuso el pago ínfimo de 10 centavos de gravamen al quintal de salitre exportado por una empresa anglochilena que gozaba de exportación libre de derechos de toda clase; hecho por el que el Estado chileno se inmiscuyó, sin derecho, en una cuestión interna del otro Estado, usando acorazados y tropa de asalto, con el pretexto de un supuesto incumplimiento del Tratado de 6 de agosto de 1874, aunque no hubo tal.

Si bien el Art. IV de dicho tratado disponía que “los derechos de exportación que se impongan sobre los minerales explotados en la zona de terreno de que hablan los artículos precedentes (paralelos 23 y 24), no excederán la cuota de la que actualmente se cobra, y las industrias y capitales chilenos no quedarán sujetos a más contribuciones, de cualquier clase que sean, que a las que al presente existen”, tenemos que el contrato arreglado entre el Gobierno de Bolivia y la Cía. de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta S.A., en 27 de noviembre de 1873, antes del tratado, en su punto 4º le otorgaba la franquicia de exportar salitre por el puerto de Antofagasta, “libre de todo derecho de exportación y de cualquier otro gravamen municipal o fiscal”, por cuya circunstancia el Gobierno de Bolivia aprobó el texto de este contrato con la condición de que pague 10 centavos por quintal exportado.

Por eso, es falso que Bolivia hubiera incumplido el artículo IV del Tratado, el cual evidencia que a esa fecha existían gravámenes de exportación, empero, estando el contrato con la anglochilena exenta de toda obligación por la exportación de salitre, el Gobierno boliviano no incrementó derecho alguno, sino que sencillamente estableció el gravamen que correspondía, con la mayor legalidad y en ejercicio de soberanía indiscutible.

Véase con que artificio y embuste Chile explotó y embaucó a todo el mundo, con la muletilla de que Bolivia incumplió la cláusula IV del Tratado de 1874, lo que es una verdadera superchería, una falsedad; lo que evidencia también que Bolivia no provocó el “casus belli” para la llamada Guerra del Pacífico, que es una sucesión de invasiones injustificadas, tanto a territorio boliviano como al peruano, empujado por la codicia del Gobierno de aquel país.

Sin embargo, aun en el supuesto de que tal incumplimiento fuera verdadero, ningún país que se respete acude a las armas sin antes agotar la vía del arbitraje a que ambos estados estaban sometidos.

Lo que es inadmisible es que la clase pensante boliviana también se paralogizó con el rebuscado incumplimiento que, repetimos, fue un engaño maquiavélico. De esta forma, con la tergiversación de los hechos, se arrastró a tres países a la guerra más terrible por sus efectos y consecuencias que no terminan aún.

Lo más inadmisible todavía es que, después de tanto descalabro que produjo en Bolivia la guerra sin causa justa, en más de cien años de esta apocalíptica tragedia, no hemos aprendido a aceptar aquella derrota con la altivez y con el alma fortalecida, cuando el descomunal desastre debió enseñarnos a labrar nuestra propia fortaleza y no aceptar nada del atrevido “vencedor”, pero alucinados con continuas tretas nos hemos uncido al carro del usurpador.

El recuerdo de tan aciago atraco debe servir para reflexionar con dignidad acerca del más abominable y desgraciado acontecimiento que le cupo confrontar a Bolivia.

Los agresores lo han justificado en el supuesto incumplimiento del artículo IV del Tratado de 6 de agosto de 1874, argumento que fue manejado hábilmente por el Gobierno chileno como pretexto para consumar su plan de apropiarse de los ricos territorios bolivianos que a la sazón estaba explotando una compañía anglochilena después de haber obtenido graciosas concesiones en la época de Mariano Melgarejo.

Pero con este argumento falaz de incumplimiento, la Cancillería chilena elucubró la tesis embustera de la resolución del Tratado de 1874 que no cabía e inventó la reivindicación del territorio entre los paralelos 23 y 24, con la cantaleta de que fue entregado a Bolivia, con la condición de no incrementar impuestos a los chilenos, lo que es más falso todavía; porque es bien sabido que fue Bolivia quien renunció a territorios hasta el Paposo. El Gobierno de Chile manejó todas estas argucias astutamente, con el pecado de los bolivianos que con tales embustes se dejaron arrollar, sin oponer nunca la resistencia de la verdad.

La otra disculpa está en que la población mayoritaria de Antofagasta era chilena, realidad que obligaba a respetar la hospitalidad que recibía del país anfitrión que les dio trabajo, sustento y riqueza que no tenían en su Patria. No se puede asestar el cuchillo asesino a quien le da acogida.

Otro argumento manejado hasta la exageración es que Chile en el inicio de la guerra carecía de fuerza armada, lo que también es mentira. El asalto se produjo con fuerzas veteranas que hicieron la guerra de genocidio a los mapuches del sur. Allí combatieron y se foguearon los Saavedra, Ramírez, Lagos, Gorostiaga y otros que se ensañaron con los perubolivianos en la llamada Guerra del Pacífico. ¿Y los dos acorazados con que realizaron el asalto no son parte de una preparación antelada?

Concluimos con lo que ya dijimos: El recuerdo de tan aciago atropello debe servir para reflexionar con dignidad acerca del más abominable y desgraciado acontecimiento que le cupo confrontar a Bolivia con tanta impunidad. (Rodolfo Becerra de la Roca)

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