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jueves, 6 de agosto de 2015
La guerra de la Independencia en Charcas (1809-1825)
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Bolivia, en cuyo territorio se escuchó por primera vez el grito de libertad (1809), por cruel paradoja de la historia, alcanzó su independencia 16 años más tarde (1825). Varios factores concurrieron para que se dé ese hecho: la conspiración de las élites de Lima y Buenos Aires; la inusitada resistencia del general realista ultramontano Pedro Antonio de Olañeta y la decisión de Simón Bolívar de crear una patria grande.
Aún restañaban las heridas que dejaron los levantamientos indígenas de 1780-1782, cuando un acto de rebeldía en La Plata, el 25 de mayo de 1809, depuso al presidente de la Audiencia, expresando “muera el mal gobierno”, pero jurando lealtad al Rey. El hecho tomó cuerpo en La Paz, el 16 de julio, con la instalación de la Junta Tuitiva, un gobierno criollo abiertamente revolucionario, el primer régimen independiente del todo de España, presidido por el activista Pedro Domingo Murillo. Inmediatamente instalada, el 20 de julio, Gregorio García Lanza y José de la Riva pidieron la condonación de las deudas a la Real Hacienda y la cancelación de las escrituras. En su seno surgió la temible milicia de Juan Manuel Cáceres, que movilizó una fuerza de 3.000 indígenas de Pacajes y Omasuyos, puestos a órdenes del cacique de Laja y Achacachi, Luis Eustaquio Balboa. España aplastó con crueldad la insurrección, pero la causa de la independencia se extendió imparable por las colonias de España: Río de la Plata (1810), Nueva España (1810), Nueva Granada (1810) y el Perú (1812). Los patriotas paceños sobrevivientes, entre ellos Cáceres, se sumaron al ejército comandando por Juan José Castelli, enviado por Buenos Aires. El más rico territorio de España en América del Sur fue defendido a capa y espada por las tropas realistas, formadas como milicia en primer lugar y luego por fuerzas españolas para controlar Potosí.
La incursión de tropas realistas en Charcas provocó el levantamiento de latifundistas criollos que abrazaron la causa de la Independencia, disponiendo sus haciendas para los gastos de guerra, con el apoyo de sus indios. La resistencia se prolongó por una década y media, en una guerra sin cuartel. A lo largo y ancho de Charcas, surgieron republiquetas autónomas, que emplearon el método de lucha de la guerrilla, para asestar certeros golpes a las tropas de los ejércitos imperiales. En Larecaja, el cura Ildefonso de las Muñecas, con el apoyo de los hermanos Gregorio, Victorio y Martín García Lanza, combatió a los españoles enviados del Cusco, Arequipa y Lima. En Cinti, el patriota Vicente Camargo amenazaba Cotagaita, puerta de ingreso a Potosí. En Chuquisaca se formó un ejército al mando de Manuel Ascencio Padilla, que se hizo fuerte en Tomina y La Laguna, entre los ríos Grande y Pilcomayo, bastión desde el cual controlaba Chuquisaca y la ruta por la que trajinaban los ejércitos argentinos. En Chayanta, dominaba el medio geográfico Betanzos e Ignacio de Zárate. En Tarija, Eustaquio “Moto” Méndez, Camargo, Medinaceli, Francisco y Manuel de Uriondo, colaborados por el legendario general Martín Güemes desde Salta, hacían estragos a las tropas españolas. En Cochabamba, se levantó la fortaleza de Ayopaya, donde se formó un formidable ejército de cochabambinos, dirigido por José Miguel Lanza. A esas tropas se sumó el ejército de Esteban Arze, que presionó sobre Oruro con el concurso de indios que venían de los confines de Tapacarí, Sacaca y Chayanta, a los que sumaron 5.000 indígenas de Arque.
El ejército argentino de Castelli fue apoyado por Cáceres, quien en 1814 entró en contacto con la guerrilla de Manuel Ascensio Padilla, luego de lo cual se pierde su rastro. El bravo Ignacio Warnes combatió bajo el ejército argentino de Belgrano en Tucumán y Salta, quien lo designó Intendente de Santa Cruz de la Sierra, el cual, a raíz de su derrota en la batalla de La Florida, se unió a las tropas de José Antonio Álvarez de Arenales, que armó su cuartel general en Mizque y Vallegrande. Desde allí controlaba los caminos que unían a Cochabamba, Santa Cruz y Chuquisaca, con el apoyo del ejército cochabambino.
Tanto los patriotas como los españoles, sumaron el apoyo de tropas indígenas, casi siempre como “carne de cañón”. El Cacique quechua de Chinchero, Mateo García Pumacawa, y Manuel Choquehuanca, fieles a España, desolaron a sangre y fuego las poblaciones aymaras, apoyando a las tropas del gobernador Manuel Quimper y Goyeneche, con 20.000 plazas reclutadas en Arequipa, Lampa, Azángaro, Tacna, Cusco, Pucara, Guancané, que ingresaron por el Desaguadero para liberar a La Paz del cerco indígena de 1811, en el que participaron entre 15.000 y 19.000 indios aymaras y quechuas de La Paz. Las tropas indias, situadas en Pampahasi, se extendían por Pequepunco, Palca, Cohoni, Potopoto, Coroico y Songo, comandadas por Juan Manuel de Cáceres y los caciques Titicocha, Santos Limachi, Vicente Choque, Pascual Quispe, entre otros. Esclavos pardos y morenos, liberados por Warnes, pasaron a engrosar las tropas patriotas. En las tierras bajas, los indios Canichanas de la Misión de San Pedro, los Caciques Juan Maraza, Pedro Ignacio Muiba y su lugarteniente José Bopi, se unieron a la emancipación.
Las mujeres protagonizaron actos de temeridad. En la Coronilla de Cochabamba, las madres, esposas e hijas de los patriotas se inmolaron ante un enemigo extremadamente cruel, el 27 de mayo de 1812. En el sur, Juana Azurduy de Padilla libró las memorables batallas de febrero y marzo de 1816, en las que las tropas de criollos e indios derrotaron a lo más granado del ejército español, ese formidable ejército de veteranos realistas que había entrado triunfante en La Paz, Puno, Cochabamba, Arequipa y el Cusco; que se había llenado de laureles en Villcapujio, Ayoma y Sipesipe; las fuerzas del Mariscal de Campo Miguel Tacón, del Coronel Francisco de Aguilera, de Vicente Sardina (que brilló en la guerra de España contra Napoleón); del Comandante Felipe Rivero, las piezas de artillería del comandante Espartero, las 500 plazas del Escuadrón de Notables del coronel Manuel A. Tardío; las 800 plazas, al mando del comandante Cueto, enviadas por el Virrey Joaquín de la Pezuela; y las del comandante cochabambino José Serna.
Mientras se creaban las repúblicas sudamericanas, la situación geopolítica de Charcas la convirtió en un terreno en disputa entre tres potencias: las tropas realistas enviadas desde Lima y luego de España; los ejércitos argentinos que subían para resguardar Potosí, y el Ejército Unido Libertador del general Simón Bolívar, que bajaba imparable, desde el norte. Las republiquetas no lograron consolidar un proyecto político propio, al dispersar su atención en esos frentes, hecho hábilmente aprovechado por un grupo de avezados criollos, hijos de españoles, realistas conversos de última hora, que tomaron por un audaz golpe de mano el control de Charcas, excluyendo en ese proceso a los líderes históricos de aquella guerra de 16 años (1809-1825).
LUIS OPORTO ORDÓÑEZ
Luis Oporto Ordóñez. Magister en Historias Andinas y Amazónicas (UMSA). Docente titular de la Carrera de Historia (UMSA). Director de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional. Miembro del Comité Regional de América Latina y el Caribe del Programa Memoria del Mundo de la UNESCO.
Los primeros gritos libertarios de América se dieron en el Alto Perú (hoy Bolivia), anhelo que alcanzó 16 años después, por varios factores.
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