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domingo, 9 de agosto de 2015

“Mi mamá me pidió que yo vaya a la guerra del Chaco”

Esta es la historia contada en primera persona por Humberto Paz Barbosa (todos lo conocen como don Ubil), el último de los excombatientes de la guerra del Chaco que vivían en San José de Chiquitos. Hace poco cumplió cien años.

“Me fui a Brasil a trabajar como ayudante en mecánica. Una tardecita recibí una carta de mi madre Manuela Barbosa. Ahí me decía que Bolivia era también mi madre y que me llamaba para defenderla. Me pidió que vaya a la guerra del Chaco. Dejé el empleo, volví al país y me presenté ante el comandante de la Quinta División de Ejército de Roboré, coronel Reque Terán. Me miró y ordenó que me encierren.

Tiempo después me enteré, y es lo que le cuento ahora como si fuera historia de otro, de que desconfió de mi color moreno, de que sospechó que yo era paraguayo. Cerraron el calabozo con tres candados. ¡Qué recibimiento! Todo por el deseo de servir a mi patria.

El estafeta que me encerró fue ese día de visita a donde una muchacha que era corteja del comandante, amiga de una tía mía que vivía en Corumbá. Me conocía, y también supo que yo partía a Bolivia a presentarme voluntariamente como soldado.

El estafeta le contó que había un preso, del que no sabía su nombre. La muchacha pidió que se lo describa. Al final dice: “Debe ser Ubil”. Justo llegó el coronel y ella le pregunta quién era el preso. Él le dijo que no había tal cosa. Ella le dice que sabe que hay uno. “Creo que se trata de un muchacho que es sobrino de una amiga. ¿Averígüelo, ya?”
Urgido por la corteja, el comandante fue al calabozo y ordenó que me saquen.

-¿Es boliviano?
-Sí, nací en San José.

-¿Tiene familiares en Roboré?
-Sí, una tía, se llama Rosa Barbosa y otra Ignacia Ardaya.

Un teniente, que apellidaba Portugal, le dijo: “Mi coronel, la señora Rosa es la esposa del comandante de escuadrón de zapadores y la señora Ignacia es la abuelita de mi esposa”.

Pero el comandante era terco y estúpido, por eso lo llamaban Requebruto. Ordenó que me lleven al cuartel con la instrucción: “Hay que vigilarlo”.

Así, al fin pude cumplir con mi patria. Me designaron jefe de una columna de chiquitanos para llevar vituallas y municiones al frente y traer heridos. En el trayecto siempre hubo enfrentamientos con los paraguayos. De los excombatientes en San José ahora solo quedo yo viviendo con mis recuerdos.

Al terminar la guerra el gringo Otto Helbing envió a San José una hélice de avión de caza, que nunca fue utilizada. Se la hizo llegar a una señora que, chismeaba la gente, era su concubina. La verdad es que no me acuerdo cómo terminó en mi casa. Ya la envié al museo que está en Santa Cruz”

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