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domingo, 23 de agosto de 2015
Reproducimos la introducción del libro ‘Historia gráfica de la Guerra del Chaco’, de Mariano Baptista Gumucio
El Chaco representó la toma de conciencia de la nacionalidad y el detonante de la transformación social boliviana. No solamente acudieron al sudeste hombres de todas las regiones —altiplánicos, vallunos y orientales— sino también de todos los sectores sociales, desde la cobriza masa campesina que sostuvo el mayor esfuerzo bélico, hasta los empleados, obreros y estudiantes de las ciudades. Allí se hizo trizas la ficción liberal del país rico —porque fue capaz de permitir que tres personas se hicieran opulentas mientras que la mayoría de la población debía contentarse con ingresos de hambre— o democrático cuando apenas 30.000 a 40.000 personas tenían acceso a la vida política y cultural y la masa indígena permanecía atada a formas feudalistas de sometimiento y explotación. “Las grandes catástrofes —ha escrito Fernand Braudel— no son necesariamente los artífices pero sí, con toda seguridad, los pregoneros infalibles de revoluciones reales; en todo caso constituyen siempre una incitación a pensar, o más bien a replantearse, el universo”. Así sucedió con la generación que volvió del infierno verde, generación que, bajo distintas orientaciones y signos ideológicos, ha dominado la escena contemporánea de Bolivia hasta nuestros días. Desde el Gral. David Toro, hasta el Gral. Alfredo Ovando en 1970, todos los presidentes bolivianos participaron en el conflicto chaqueño, con excepción de Barrientos, Siles Salinas, Torres y Banzer, que pertenecen a promociones siguientes.
Todavía mi generación creció bajo el impacto de los recuerdos y evocaciones de los combatientes de esta guerra. En mi caso, recuerdo nítidamente los parcos relatos de mi padre (prefería no recordar lo sufrido) y de mis tíos maternos, sobre las incidencias que les tocó vivir a casi dos mil kilómetros de distancia de su Cochabamba natal, en medio de los pajonales chaqueños.
Pero han pasado muchos años y a los jóvenes bolivianos que están llegando a su mayoría de edad, preguntarles por el Chaco es como inquirirles por la guerra del Peloponeso, tan ajena y lejana les parece. En buena medida, no es culpa de ellos su total ignorancia sobre la historia contemporánea de Bolivia y menos sobre el conflicto chaqueño. Nuestros programas escolares no consideran necesario que los estudiantes del país se interesen en las páginas recientes de la propia historia patria.
Hemos querido remediar en parte esta situación y traer a la memoria una síntesis sumaria del conflicto chaqueño, ilustrada por las estupendas pinturas de un excombatiente que con el tiempo sería uno de los grandes de la plástica boliviana: Gil Coímbra Ojopi, y las fotografías que por encargo de los presidentes Salamanca y Tejada Sorzano tomó Luis Bazoberry. Los mapas corresponden al libro Masamaclay de Roberto Querejazu Calvo, la obra más completa y medular que se ha publicado sobre la Guerra del Chaco. Las fotografías del lado paraguayo han sido tomadas, con autorización del autor Alfredo M. Seiferheld, quien me obsequió su lujoso libro Álbum gráfico del cincuentenario de la Guerra del Chaco en Asunción, en 1987, cuando lo visitamos con Luis Ramiro Beltrán, fallecido poco después víctima de cáncer. Alfredo me confesó que su obra fue inspirada por la mía, que llegó a sus manos gracias a un viajero. Las ediciones anteriores de este libro publicadas por Última Hora, en papel periódico, resultaban muy inferiores a la suya y yo me hice entonces, mentalmente, la promesa de reeditar la obra en una edición de mejor calidad, que es la que ahora presenta la Editorial Kipus.
Mi intención no fue buscar, como han hecho tantos autores, un chivo expiatorio de la derrota o participar en la polémica sobre las responsabilidades del presidente Salamanca o las del Mando militar, sino relatar con la mayor objetividad posible, los acontecimientos de los años 1932-1935, con algunos datos del escenario político y económico de la retaguardia.
Este libro es un modestísimo homenaje a los caídos en esa conflagración y a los mutilados, heridos y excombatientes. Que las nuevas generaciones aquilaten la dimensión de su sacrificio y el mérito de su obstinada defensa de los campos que encerraban petróleo y gas, los dos recursos de los que ha dependido y dependerá todavía por mucho tiempo nuestra economía.
Bolivia es un país de honda vocación pacifista y el mayor anhelo que debemos expresar, al entregar estas páginas al público, es el lograr en el futuro, cuando se haya reconocido y efectivizado el derecho de Bolivia a un acceso pleno al aire vivificante del océano, una convivencia fraternal con los países vecinos, gajos del mismo tronco, empeñados hoy en la común y noble empresa de la integración regional y latinoamericana.
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