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viernes, 7 de enero de 2022

Señoríos y Desarrollos Regionales (1000/1100- 1440 d. C.) - Diversidad cultural y lenguas originarias

Aunque no existe una relación mecánica entre lengua y nación o grupo étnico, la diversidad y distribución de las lenguas originarias da una interesante base para establecer la diversidad cultural. Gracias a muchas investigaciones entre las que sobresale la obra de Alfredo Torero (1972/1992) tenemos un panorama de la sucesión de lenguas y culturas en los Andes, lenguas que van superponiéndose en el tiempo pero sin eliminar necesariamente a la precedente. Asimismo, aunque se conocen las principales lenguas también estamos conscientes de que hubo muchas otras que se perdieron en el tiempo. Las lenguas que sobrevivieron hasta el periodo colonial son la uruquilla, puquina, aymara y quechua en las tierras altas y valles. Sabemos que yampara y chuis en Chuquisaca y Cochabamba tenían lenguas propias, que se terminaron perdiendo, lo mismo que la lipe, atacameña y cunza en el altiplano seco del sur. En las Tierras Bajas el panorama es complejo con la presencia de algunas familias lingüísticas como la tacana, mataco, zamuco, pano, chapacura arawak y tupi - guaraní de la que se desprenden otras menores. Existen además otras lenguas de familia lingüística aislada o que carecen de familia lingüística conocida.

En las tierras altas y hasta donde se conoce, la lengua más antigua fue la uruquilla hablada por los urus aún hoy en día. Más tarde aparece en el escenario andino la lengua puquina hablada en el altiplano y hacia los valles orientales y occidentales de la cordillera. Confirmando lo afirmado se halla alguna toponimia en puquina en Arequipa, Charazani, la actual ciudad de La Paz y también en Chuquisaca. Gracias al catecismo en legua puquina del cura Francisco de Oré en el siglo XVII se estableció una relación entre las leguas puquina y kallawaya; Torero encuentra un 41.26% de raíces vinculadas entre ambas lenguas; cuando compara el puquina con otras lenguas originarias establece que el 33.73% comparte raíces con el quechua y el 26.98% con el aymara y sólo el 3.96% con la lengua uru-chipaya. Fuera de estas lenguas de gran difusión existieron un número de lenguas locales menos conocidas que terminaron perdiéndose.

Torero logró establecer además algo sumamente importante: durante el apogeo de Tiwanaku, la lengua preponderante en la región del lago Titicaca era precisamente la puquina. Esto no desecha que también se hablara aymara y uruquilla evidenciando una interesante diversidad lingüística en la región del Titicaca y parece estar ausente en los actuales departamentos de Oruro y Potosí; es más en la región de Potosí en el siglo XVI aparece solamente el aymara.

Más moderno que los anteriores es el aymara, uno de los tres dialectos (aymara, jaqaru y cauqui) de la lengua aru. Sobre ella se tiene la hipótesis que tuvieron su origen en la costa central del Perú. El aymara fue abarcando cada vez más zonas del el altiplano boliviano siendo fuerte especialmente en sector occidental del lago Titicaca y hacia el Sur de la actual Bolivia. Su extensión hasta el Cusco fue gracias al Imperio Wari (Torero, 1972). Y su difusión se debe en buena parte el tráfico de los caravaneros que circularon por la región intercambiando no solamente bienes materiales sino culturales.

El ámbito espacial del aymara ha cambiado en el tiempo, ganando algunas zonas y perdiendo otras. Por ejemplo en una parte de Cochabamba y Potosí se hablaba aymara y su quechuización data del siglo XIX (Albo, 1980). En Chuquisaca se hablaba una lengua particular, hoy perdida, pero hay toponimia puquina. De hecho, hubo muchas más lenguas y dialectos hoy perdidos a favor del quechua y el aymara.

El quechua ingresó a territorio boliviano inicialmente con los incas que lo promovieron como parte de su política expansiva. Primero la hablaron las autoridades locales, los caciques y su familia, pero desde el siglo XVI los españoles contribuyeron a su difusión gracias al trabajo minero, la constitución de haciendas y sobre todo a la evangelización. Es gracias a esta última que se escribieron los vocabularios en aymara y quechua antiguos.
En el altiplano Sur se encuentra una diversidad lingüística dependiendo del periodo. Hacia el siglo XVI en Lípez y Atacama se hablaban las lenguas lipe, cunza, atacama, uruquilla, aymara y quechua. Esta diversidad además está apoyada por la alta movilidad de estas poblaciones de llameros y urus. Entender que la lengua es un elemento cultural vivo es indispensable para poner en perspectiva los procesos históricos e identitarios.
Una situación similar se observa en las Tierras Bajas, donde la distribución de las lenguas, datos históricos y arqueológicos sugieren un proceso acelerado de desintegración social y división étnica. Este proceso parece haber estado acompañado por movimientos masivos de población entre regiones distantes. Alrededor del Rio Beni y en las orillas de los ríos Matos y Apere se asientan grupos pequeños y móviles muy similares a los modernos pano, chapacura y tacana. En contraste, en el área central de los Llanos de Mojos registros etnohistóricos sugieren la existencia de grupos mayores, con fuerte integración política, como es el caso de los mojo y los baure.
Actualmente no tenemos suficiente información acerca de cuál es la historia detrás de esta distribución. Desde el punto de vista lingüístico se trata en su mayoría de grupos con lenguas relacionadas de raíz arawak lo que sugiere un origen común. Sin embargo, más allá de los datos lingüísticos es interesante pensar cuál es su relación con la desintegración de las grandes culturas agrícolas de los llanos y con la penetración inca en la zona.

Mucho mejor documentado está el masivo movimiento de población en la región Sureste de Bolivia. Desde el siglo XVI la región de Chiquitos en el departamento de Santa Cruz está dominada por la incursión de grupos con lenguas de raíz tupi-guaraní, algunas de las cuales se movilizaron hacia los Llanos de Mojos en tiempos históricos, como es el caso de los sirionó. El chaco está poblado por grupos cazadores de la pampa de la sub-familia Mataco, como por ejemplo los weenhayek y zamuco.

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