El otro sello del periodo (1000-1440) son las
chullpas, existiendo una relación estrecha entre el
área lingüística aymara y las chullpas. Albarracín
(1996) propuso que este tipo de sepulturas no
implicó un cambio brusco del entierro en cistas
característico de Tiwanaku, que se puede seguir
una paulatina elevación de los enterramientos
que sobresalieron primero apenas sobre la tierra
para finalmente terminar en las torres funerarias.
Esta hipótesis, sin embargo, no ha tenido total
aceptación puesto que no se trata de un problema
solamente constructivo sino del lugar que ocupan
los difuntos en la cultura.
Las torres funerarias representan un importante
cambio de mentalidad pues implican que los
difuntos permanecen encima de la tierra en lugar
de ser enterrados en cistas. Se enfatiza entonces
en este periodo el culto a los ancestros, el cual
parece complementarse con otro a los cerros,
montes y volcanes, los cuales eran considerados
huacas importantes. Es conocido por ejemplo el
culto que se tenía a Tata Porco en Potosí (Platt et
al., 2003). Esta devoción al cerro-mina encuentra
Lecoq también para el cerro de Potosí y una
continuación a lo largo de la historia de este culto
encuentra Riviere (1986) en Carangas.
Aunque se sabe que no se abandonaron los
entierros bajo tierra, la sepultura en chullpas
se reservaba para las autoridades y personas
principales que colocadas en posición fetal y
momificadas se envolvían en cestería para depositarlas
en estas torres. Se les hacía ofrendas y
en ciertos momentos del año se sacaba al difunto
en procesión. En realidad el nombre “chullpa”
corresponde a la momia, pero por extensión se ha
denominado así a su sepulcro. Implica evidentemente
un culto a los ancestros que se consideraba
merecían estar en el espacio del aquí y ahora, es
decir en el Akapacha.
La introducción de chullpas no ocurrió inmediatamente
después del colapso de Tiwanaku,
sino dos o tres siglos después y al parecer fue
un fenómeno repentino en el altiplano a partir
del siglo xiii, periodo que coincide con un ciclo de sequías intensas. Esta tradición funeraria
implica importantes transformaciones respecto
del periodo anterior en la visión del más allá y
del destino humano. Además del tipo de tumba
otros elementos remarcan esta ruptura, por
ejemplo la ausencia de cerámica tiwanacota en
las chullpas. En cierta medida este debate también
es una controversia entre disciplinas, pues
la arqueología tiende a sostener una continuidad
con Tiwanaku, mientras que desde otras disciplinas
el corte se ve con mayor nitidez pues se
encuentran datos en los cronistas que hablan de
migraciones y aún invasiones y desde la lingüística
una presencia del puquina que luego no es
tan contundente.
Más adelante, los incas continuaron con el
uso de torres funerarias incorporando algunas
modificaciones típicamente incas como por
ejemplo el uso de piedra labrada tipo almohadilla,
puerta y nichos interiores de forma trapezoidal
y un decorado exterior con diseños similares a
los textiles incas. Todo ello se puede observar en
las chullpas de la Cordillera Occidental y el río
Lauca (Gisbert et. al., 1996).
La pregunta de dónde surgió esta tradición
plantea al mismo tiempo otras interrogantes
como por ejemplo por qué alrededor del Cusco
hay menos chullpas que en el altiplano boliviano
y por qué los fechados de las torres adoratorias de
Toconce (Loa Superior, Chile) presentan las fechas
más tempranas (siglo X) (Pärssinen, 2009). Estas
sugerencias de que el sistema chullpa pudo haber
venido del Sur se corrobora con fechados, todavía
parciales. Entre las más antiguas, (s. XIII) hasta
donde se han recogido fechados radio carbónicos,
están las de Chusaqueri (Oruro) y de Kulli Kulli
(Sica Sica). También Parssinen compara cronologías
y considera que el estilo de chullpas de piedra
tallada se llevó de la región del lago hacia el Norte
y no a la inversa. Es el caso de las espectaculares
chullpas de piedra Pirapi (Pacajes) y de Sillustani
(Lupaca), ambas presentan un tallado considerado
“cusqueño”; sin embargo la datación revela que
fueron construidas antes de la conquista de inca.
Son raras las chullpas que se encuentran en
medio de la población pues por lo general se
ubicaron dispersas en las faldas de una serranía o
siguiendo el curso de un río, como en Huachacalla
que, mirando hacia el este, acompañan el curso
del río Lauca. Las chullpas decoradas se hallan
de espaldas a la Cordillera Occidental y tienen al
frente al río Lauca, el cual divide el espacio ritual
en dos segmentos. En algún caso, como en Pirapi
y en Kulli Kulli, decenas de ellas se encuentran
agrupadas en un solo lugar, como una necrópolis
donde se observan pequeños muros agrupando
a algunas de ellas.
Como prácticamente todas las chullpas de
esta tradición estaban orientadas hacia el este se
puede afirmar que eran objeto de un ritual solar.
Las excepciones a ello son las que no corresponden
a una tradición aymara como las chullpas
de piedra laja de Quewaya (lago Titicaca) que
pertenecen a una zona netamente puquina, como
revela el topónimo.
Son raras las chullpas que se encuentran en
medio de la población pues por lo general se
ubicaron dispersas en las faldas de una serranía o
siguiendo el curso de un río, como en Huachacalla
que, mirando hacia el este, acompañan el curso
del río Lauca. Las chullpas decoradas se hallan
de espaldas a la Cordillera Occidental y tienen al
frente al río Lauca, el cual divide el espacio ritual
en dos segmentos. En algún caso, como en Pirapi
y en Kulli Kulli, decenas de ellas se encuentran
agrupadas en un solo lugar, como una necrópolis
donde se observan pequeños muros agrupando
a algunas de ellas.
La datación hecha por Pärssinen (2009) indica
que la chullpa más antigua está situada en el
núcleo de la necrópolis con una fecha promedio
de 1279 d. C.
La mayoría de las chullpas son cuadrangulares
pero hay algunas redondas. Estas últimas se
ubican hacia el Norte del altiplano boliviano y
Sur peruano. La técnica constructiva es también
variable, aunque tienen en común que son las
únicas construcciones en los Andes que utilizan
bóveda por avance. Unas son de piedra labrada,
otras de lascas pero la mayoría son de adobe o
tepes de muy distinta factura y resultado estético.
En ocasiones, como ocurre en Pumiri (Oruro)
parecen de toba volcánica (Díaz, 2003). Las dimensiones
también son diversas; las hay delgadas
y altas, anchas, pequeñas o muy altas. El decorado
con color se ha conservado en muy pocas de ellas,
especialmente se halla en las más tardías, de modo
que no se sabe si el decorado fue utilizado antes de
la presencia inca. Lo que sí se sabe por el relato de
algunos cronistas es que en ocasiones ceremoniales
se cubrían con textiles. Consideramos que la
combinación de las variables de tamaño, material,
forma y decorado hacen que haya tradiciones locales
pudiendo considerárselas como emblemas de
identidad grupal. Además como por lo general se
ubicaban en los márgenes del territorio, tenían la
función de guardianes, demarcando el territorio
social y ritualmente.
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