Es bien conocida en la Historia de varios países andinos la personalidad del Mariscal don Andrés de Santa Cruz. Presidente en el Perú y Bolivia, conformó la Confederación Perú-Boliviana, gravitando este hecho tanto en Chile como en Ecuador e influyendo políticamente en la Argentina.
Fue Santa Cruz un político de amplias miras y de relevantes aptitudes como tal. Y al crear esa Confederación de los dos Perú (Alto y Bajo) demostró una singular visión geopolítica que desgraciadamente no fue comprendida en su propia patria. La batalla de Yungay tronchó sus sueños para siempre y aniquiló el futuro de ambos países.
Distinto ha sido en la Argentina el conocimiento de tan singular personaje histórico. Tildado de cholo y mestizo por la propaganda rosista (en realidad su madre era de estirpe indígena, doña Basilia Calahumana cacica de una región cercana del lago Titicaca), sólo se le conoce, y poco profundamente, por una ocultada guerra que el propio don Juan Manuel de Rosas, poniendo por causales nimios argumentos que sólo tuvieron como razón una amistad con Chile y el odio al partido intelectual que le era opositor en los emigrados instalados en Bolivia.
Entre estos emigrados argentinos refugiados en este país y que les acogió con gran generosidad, se hallaban muchos militares que habían luchado con San Martín en las guerras de liberación del yugo hispano, culminando todo en las decisivas batallas de Junín y Ayacucho. Entre estos militares podemos recordar al General Rudecindo Alvarado y al Coronel José Segundo Roca. Este último sería luego, al casar con doña Agustina Paz, padre del futuro presidente argentino General Julio A. Roca y de otros hijos más que se destacaron en la carrera militar y en el comercio. Lograrían así destacarse en los medios sociales argentinos conformando distinguidas familias que aún existen como tales.
Algo que es poco conocido, es que Santa Cruz fue hecho prisionero en uno de tantos encuentros que jalonaron esa terrible guerra, la llamada de los “Quince Años”. Remitido a Buenos Aires y sin conocerse sus antecedentes familiares, se le envió al famoso lugar de concentración de prisioneros al sur de la provincia de Buenos Aires y frontera con los terribles indios y sus malones, llamado “Las Bruscas”. Esta estancia, situada al sur del pueblo de Chascomús, consistía en unos pobres ranchos, inhóspitos y faltos de toda comodidad. Poco estuvo allí Santa cruz, pues logró huir a Montevideo, aún en manos realistas. De allí pasó a Río de Janeiro y luego a España. Auxiliado con algún dinero pasó a La Habana en donde su pobreza le obligó a llevar una vida oscura y triste, pues por tal razón era mirado con prevención por la oficialidad española, sin duda influida por notársele su sangre mestiza. Hasta que un suceso imprevisto cambió su vida. Jugador como eran entonces casi todos los militares, ganó en un golpe de suerte varios miles de pesos plata. Varió así su situación. Fue bien visto por quienes poco antes trataban de evitarle, y sin titubear emprendió viaje hacia el Perú, patria de sus amores, incorporándose al ejército real.
Hasta aquí todo lo relacionado con los primeros años de este prócer boliviano. Realizada en 1820 la expedición libertadora de San Martín al Perú, resolvió este militar efectuar un movimiento de pinzas para rodear al ejército virreinal desde la costa y las serranías. Envió a este último lugar al General Álvarez de Arenales al frente de un nutrido número de tropas de las tres armas, en las cuales a poco se destacaron el joven Juan Lavalle y José Segundo Roca. Gracias a las Memorias Póstumas de este último, publicadas por Gerónimo Espejo en 1866 en Buenos Aires, tenemos una circunstanciada e interesante narración de todo el acontecer que jalonó a esta expedición. En ella, el triunfo sobre fuerzas realistas, algunas superiores a ella, indican el deterioro que carcomía a los partidarios del Rey, deterioro que pudo ser retrovertido en parte con la llegada de refuerzos enviados desde España con militares que habían luchado contra Napoleón, llamados más tarde “los ayacuchos”.
En su deambular por las sierras, Arenales fue conquistando diversas ciudades peruanas situadas en valles feraces y de temperamentos agradables. Una de ellas fue Jauja, que ha dado nombre a costumbres bien permisivas. En ella tuvieron que vérsela los patriotas con una columna de tropas enemigas mandadas por el General O’Reilly y,entre ellas,un fuerte contingente de caballería comandadas por Santa Cruz. Derrotado O’Reilly y su infantería, Santa Cruz emprendió una retirada hacia la costa, pero pronto fue alcanzado por Lavalle y su caballería. Es entonces que se produce un hecho que cambiaría por siempre la vida del futuro Mariscal de Zepita. Hace éste alto con sus tropas y saliendo él solo pide hablar con el jefe que comanda a sus perseguidores. Así fue como todo el regimiento realista y su Comandante Santa Cruz se pasaron a los patriotas. Refiere Roca en sus Memorias citadas que tal hecho, como el entusiasmo de los pueblos a la causa por ellos defendida admiró a todos, hacho que, según refiere, se debió a la habilidad de San Martín en desparramar por todo el territorio enemigo proclamas en castellano y quechua explicando las razones por las cuales iba a invadir el Virreinato del Perú.
A partir de entonces cupo a Santa Cruz encabezar misiones de importancia, escalando grados y haciéndose conocer políticamente. En Jauja conoció a Roca y una profunda amistad los unió. Tan así, que bien pronto lo llamó a su lado como su edecán hasta poco después de Ayacucho (diciembre de 1824), época en la cual y como sucedió a muchos otros militares argentinos. Disgustado Roca con Bolívar por el maltrato infligido a casi todos los integrantes del Ejército de los Andes, resolvió volver a Buenos Aires. Llegó en plena conflagración militar con el Imperio del Brasil, y se unió a las tropas que partieron a esa lucha.
La guerra civil que tuvo luego lugar a raíz del fusilamiento del gobernador de Buenos Aires Manuel Dorrego y la formación de la Liga Unitaria, encabezada en Córdoba por el General Paz, llevó a Roca a plegarse a esta última. Y la derrota del General La Madrid en la Ciudadela de Tucumán en 1831 fue causa de su exilio en Bolivia. Allí encontró a su antiguo amigo y compañero de armas Santa Cruz como Presidente de ese país y, a poco, Protector de la Confederación Perú-Boliviana. La ayuda prestada por este político a estos emigrados argentinos, sus amigos, es una de las razones como resultado de esta antigua amistad. Y pronto desembocó en ayuda para volver a la patria de la que habían sido arbitrariamente excluidos. Resultado de todo esto fue la disparatada guerra declarada por Rosas a Bolivia.
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viernes, 9 de agosto de 2013
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