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jueves, 16 de julio de 2015
Mujeres rebeldes Homenaje a las acciones de Bartolina Sisa y Vicenta Juaristi Eguino
La presencia femenina ha dejado profundas huellas a lo largo de la historia de La Paz, con mujeres que obraron desde el anonimato y con aquellas que jugaron roles claves en sucesos de trascendencia. En este último caso tenemos a dos personajes: Bartolina Sisa y Vicenta Juaristi Eguino.
La primera actuó durante el cerco a la ciudad de La Paz en 1781, dirigido por su marido Julián Apaza (Túpac Katari). Bartolina Sisa fue originaria de Ocuire en los valles de Caracato, y se cree que nació el 24 de agosto de 1750. Durante el cerco se la intituló la “Virreina”. Sus funciones iban desde ocuparse de la alimentación y vestido de las tropas, hasta capitanear los ejércitos de su compañero cuando éste se ausentaba. Esto llegó a irritar a las autoridades coloniales quienes no veían a una mujer en esos oficios. Pero lo que más llegó a disgustarles fue la forma en que se vestía, cubierta con las telas más finas y adornos de plata y oro.
A fines de junio de 1781 fue capturada por la traición de uno de sus subalternos cuando se dirigía de Potopoto (Miraflores) hacia la cuesta de Lima, después de colocar a buen recaudo los tesoros que su marido había logrado reunir. Bartolina fue puesta en una prisión cercana a la Plaza de Armas de La Paz, hoy plaza Murillo. Su nuevo alojamiento era húmedo y oscuro, mismo que significó la muerte para varios otros que como ella se hallaban encarcelados. Sin embargo, nuestra heroína no mostró signos de debilidad física hasta un año después de su encierro en que por primera vez necesitó la asistencia de un médico, lo cual nos habla de su gran fortaleza.
El 5 de agosto de 1872, Bartolina Sisa fue sentenciada a morir en la horca, no sin antes ser humillada y vejada. Desde su prisión salió atada a la cola de un caballo, tenía en su cabeza una coroza de cuero y plumas, un cucurucho puntiagudo de forma cónica que se colocaba a los peores criminales. En su mano debía de llevar un aspa engarzada en un palo. Estos dos elementos simbolizaron la supuesta autoridad de “Virreina” que se había arrojado. Una vez muerta, su cabeza y manos se colocaron en picotas en Cruz Pata, hoy plaza Ballivián en la ciudad de El Alto, en Alto San Pedro y Pampahasi, donde estaban los campamentos de los indígenas sublevados. Luego fueron trasladados a Ayo Ayo y a Sapahaqui donde se suponía tenía su residencia.
EGUINO. Vicenta Juaristi Eguino nació en 1785, fue hija de un español, Javier Juariste Eguino, condecorado con la Cruz de María Isabel y el título de Eguino de la antigua nobleza de Guipúzcoa, y de Magdalena Diez de Medina, dama de la sociedad paceña. Su actividad revolucionaria fue intensa días antes del estallido de la revolución de julio de 1809. De esta forma, el 29 de junio reunió en su casa a los principales conjurados con el disfraz de celebrar el cumpleaños de su hermano Pedro. El 16 de julio armó a su costa a todos sus criados, además de brindar a las tropas 50.000 cartuchos y 200 tiros de cañón. Una vez triunfantes las armas insurgentes, brindó a los soldados una gratificación pecuniaria. Su casa de la calle Chirinos, hoy Potosí, se convirtió en sede para la intelectualidad paceña. La derrota a los revolucionarios trajo consigo la persecución por parte de José Manuel de Goyeneche, general triunfante. Vicenta no tuvo más opción que retirarse hacia su hacienda de Salapampa en el Río Abajo para evitar el castigo.
En 1814 se presentaron en La Paz las fuerzas de Mariano Pinelo e Idelfonso de las Muñecas procedentes de Cusco con la misión de extender la revolución de esa ciudad. Doña Vicenta tomó parte activa de este acontecimiento, antes de la llegada a la ciudad de las fuerzas cusqueñas armó a sus criados, hizo embriagar a los jefes realistas, se puso al mando de las tropas y tomó la plaza principal. Así, las tropas insurgentes entraron sin percances a la urbe paceña. No pasó mucho tiempo antes de que los cusqueños tuviesen que evacuar la ciudad.
Mariano Ricafort, al mando de un fuerte contingente realista, entró en la urbe y sembró terror con las persecuciones, juicios y ejecuciones que practicó todos los días. Esta vez Vicenta Juaristi fue capturada y sentenciada a morir en la horca, sin embargo, por su prestigio social se le conmutó la pena por el destierro en el Cusco, castigo que fue levantado tras el pago de 10.000 pesos de plata.
Como corolario, en 1825 cuando Simón Bolívar hizo su entrada en La Paz, fue Vicenta Juaristi Eguino la encargada de dar la bienvenida al ilustre personaje a quien le obsequió una hermosa corona de filigrana, tachonada con piedras preciosas y le entregó las llaves de la ciudad. Luego de perder su fortuna, esta ilustre paceña murió el 14 de marzo de 1857. El presidente Jorge Córdova dispuso que se le rindieran los máximos honores y su féretro fue envuelto en la bandera nacional antes de ser enterrada. Este reconocimiento es lo menos que pudo merecer esta insigne paceña, a la cual no se debe olvidar, al igual que a la gran Bartolina Sisa.
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