Buscador

martes, 29 de octubre de 2013

Grandes hazañas Alvar Núñez

En junio de 1527 una expedición compuesta por cinco navíos y 600 tripulantes zarpaba del puerto de Sanlúcar de Barrameda, España, con destino las costas de Florida y esperaba tener su parte en la conquista de América del Norte. Estaba al mando el gobernador de Cuba Pánfilo de Narváez, iba entre ellos también Álvar Núñez Cabeza de Vaca, tesorero y alguacil, un hombre a quien el destino le tenía reservado vivir una de las hazañas más sorprendentes en la historia de la conquista del Nuevo Mundo.

Todos viajaban llenos de esperanza, de encontrar tesoros, tierras ricas, hacerse famosos y ser reconocidos por el rey con títulos nobles.

Luego de cruzar el Atlántico hicieron escala en Santo Domingo donde se presentaron las primeras dificultades, desertaron 140 hombres y en Santiago de Cuba, a causa de una terrible tormenta, murieron 60 marinos, 20 caballos y se perdieron dos naves. Pese a estos problemas arribaron a la costa de Florida en abril de 1528. Allí, de boca de los indios se enteraron de la existencia de una fabulosa ciudad llamada Apalache cubierta de oro, que despertó la codicia de los exploradores españoles. Sin embargo, cuatro terribles tormentas dejaron maltrechas las embarcaciones, ante esta eventualidad, Pánfilo Narváez, tomó la delantera y con 300 hombres, 40 caballos marchó por tierra bajo un ardiente sol hacia la ciudad dorada, seguido por Cabeza de Vaca que no estaba de acuerdo porque estaba convencido que era un territorio hostil.

Muchos días anduvieron por espesos bosques, sortearon pantanos y ríos, sufriendo a la vez el ataque de los indios cuyas flechas traspasaban las corazas de los españoles, pronto se acabaron las provisiones y tuvieron que sacrificar caballos para aliviar el hambre que los aquejaba. Después de 48 días de penoso viaje, exhaustos, hambrientos, enfermos los miembros de la expedición llegaron a la fabulosa ciudad Apalache, que se suponía era de oro, mas todo lo que vieron allí fueron algunas chozas primitivas ocupadas solamente por mujeres y niños semidesnudos. En vez de oro encontraron sólo mazorcas de maíz amarillo.

Descorazonados, los españoles volvieron a la costa, en un viaje de retorno que se constituyó en toda una pesadilla, sufriendo constantes ataques de los indios. Cuando llegaron al mar, muchos se habían quedado en el camino muertos, otros estaban enfermos, con llagas producidas por el roce de las pesadas armadura de metal. Cada tres días mataban un caballo para alimentarse, no había barcos, el panorama solador.

Narváez resolvió construir cinco barcazas fundiendo hebillas, estribos, espuelas, ballestas y otras cosas de hierro para fabricar herramientas, cortaron maderas y en un mes y medio de arduo trabajo estuvieron listas las precarias naves. Con las colas y crines de los caba-llos se hicieron las cuerdas, con las camisas las velas, las anclas eran de piedra; mientras trabajaban habían muerto 40 hombres de hambre y por las infecciones de las heridas causadas por las flechas indias, se habían comido el último caballo, y así pudieron embarcarse en otra aventura más.

Creyendo estar más cerca de México, que de la bahía de Tampa, Narváez dirigió su mermada flotilla al oeste, a lo largo de la costa, se acabó el maíz crudo que les servía de alimento, el agua se había podrido, sin armaduras fueron presa fácil de los indios que fueron diezmando rápidamente a la expedición. En un acto de desesperación el lanchón de Narváez se alejó del resto y jamás se supo más de él. Cabeza de Vaca terminó en una isla habitada por indios que él bautizó como isla Mal Hado o de la mala suerte, hasta enton-ces de 80 náufragos solamente 15 hombres quedaban vivos.

Los sobrevivientes algunas veces fueron tratados bien y en otras como esclavos por los indios Carancaguas que eran nóma-das. En cierta ocasión, hallado el momento propicio aquellos infelices decidieron huir de la isla, pero por hallarse enfermo Cabe-za de Vaca se fueron sin él. Durante 6 años vistiendo solamente con pieles de anima-les, comiendo pescado, gusanos, orugas, arañas, lagartos y culebras el sufrido espa-ñol convivió con los indios.

Durante algún tiempo Cabeza de Vaca ejerció de mercader y curandero entre los indígenas del vasto territorio trocando re-des, pedernales, esteras, pieles y otros artículos, y así pudo avanzar de pueblo en pueblo, hasta que en Galvestone se en-contró con algunos de sus antiguos com-pañeros de expedición: Andrés Dorantes, Alonso del Castillo y el moro Estebanico, año 1534.

Cabeza de Vaca que había ganado fama como curandero entre los indios fue des-plazándose lentamente hacia el oeste, orientándose por el sol y contando el tiem-po por lunas y así llegó por el sur de Texas hasta Chihuahua y de allí por la sierra Ma-dre occidental, hasta un pueblo cuyos nati-vos le obsequiaron esmeraldas y más de seiscientos corazones de venados. Fue el primer blanco en ver a un bisonte y tam-bién hizo descripciones de la zarigüeya, con una bolsa en el vientre, en la que lleva a sus crías, un animal que le pareció muy extraño.

La mayor parte de este peregrinaje Ca-beza de Vaca y sus compañeros de infortu-nio iban desnudos cubiertos solamente con piel de venado y sin armas. En sus narra-ciones decía: “Ibamos desnudos. . . y al igual que las serpientes, mudábamos piel dos veces al año. El sol y el aire nos hicie-ron grandes llagas en el pecho y las espal-das, que nos dolían mucho por las cargas pesadas y grandes que llevábamos. A me-nudo, después de cargar leña de los mato-rrales, nos salía sangre de muchas partes del cuerpo”.

En la primavera de 1536, Castillo vio colgado en el cuello de un indio una hebilla y un clavo de herradura, creyendo que es-taban cerca de alguna colonia española Cabeza de Vaca y Estebanico forzaron la marcha y a orillas del río Sinaloa, muy cer-ca de Culiacán, vieron finalmente unos cristianos a caballo, el encuentro con estas dos figuras fantasmagóricas, descalzos, enjuto de carnes, fue sorprendente. “Me miraron por largo tiempo tan sorprendidos que ni hablaban ni se acercaban para ha-cerme preguntas” decía.

Había recorrido 16.000 Km. a pie, el sur-oeste del extenso territorio de los EEUU. Finalmente llegó a México en mayo de 1536, acompañado de indios que lo seguían atraídos por sus dotes de curandero. Cabeza de Vaca fue recibido por el virrey Mendoza y Cortés a quien relató en detalle toda su odisea. Por largo tiempo, cuenta él, no pudo soportar el roce de la ropa sobre el cuerpo, ni dormir en una cama.

De regreso a España “el hombre que descubrió a pie un continente”, arribó a las islas Azores, allí se entero de la muerte en alta mar de don Pedro de Mendoza, primer Adelantado del Río de la Plata. El encuentro con el rey fue emotivo e hizo su relato de su viaje causando gran impresión en la familia real. Fue uno de los primeros españoles que realizó observaciones etnográficas sobre las poblaciones indígenas norteamericanas y del golfo de México en un libro titulado Relación de los naufragios, considerado la primera narración histórica sobre los territorios que hoy corresponde a Estados Unidos y publicada en 1542 en Zamora y en 1555 en Valladolid.

A raiz del encuentro Cabeza de Vaca decidió pedir al rey el adelantazgo vacante. Con sus pliegos concedidos y una renta de dos mil ducados, partió de Cádiz, el 2 de diciembre de 1540 por segunda vez hacia América, esta vez a la provincia de Río de la Plata, que comprendía por entonces desde el Perú hasta el estrecho de Magallanes. El nuevo adelantado arribó a la isla Santa Catalina (Brasil) y se dispuso dirigirse a pie hasta Asunción, sede de su gobierno, iban con él 250 arcabuceros y ballesteros y 26 a caballo, cinco meses duró el viaje por selvas profundas y ríos caudalosos, en el ca-mino los expedicionarios descubrieron una de las grandes maravillas de la na-turaleza, las cataratas del Iguazú, ante cuya imponente caída de aguas quedaron maravillados, también hizo descripción del curare, veneno con el que untaban las fle-chas los indígenas de esta región.

Cabeza de Vaca llegó a Asunción el 11 de marzo de 1542 y se hizo cargo del go-bierno. No estaba para llevar una vida sedentarias, pues enterado de las riquezas argentíferas del Alto Perú, emprendió una nueva expedición a través del Chaco, por entre selvas y pantanos palúdicos.

Fuera por su arrogancia o por el empeño que puso por defender a los indígenas de la esclavitud y luchar contra los abusos de los encomenderos y querer frenar actos de corrupción fue depuesto por un motín. Y con falsas acusaciones pasó diez meses en prisión, encadenado fue llevado a España, donde sufrió otro juicio, luego de arduas gestiones fue absuelto de las acusaciones en 1556. Por entonces Cabeza de Vaca se encontraba viejo y enfermo hasta que falleció en Sevilla en 1557 o 1558, concluyendo así la extraordinaria historia del “caminante” como se lo llegó a conocer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario