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lunes, 21 de octubre de 2013
Fundación. El legado que quedó plasmado en la ropa
Con la fundación de La Paz, hace 465 años, no sólo se constituyó una ciudad para celebrar la unión de los discordes en concordia, como reza en el escudo de armas, esa acción fue el origen de una urbe que aún hoy en día se nutre de todo lo que acoge en su territorio y que es capaz de recrear aspectos como la vestimenta. El elenco del ballet Fantasía Boliviana reprodujo escenas de ese acto en el museo San Francisco para mostrar la ropa que se usaba en la época colonial; así podemos ver a los personajes de Alonso de Mendoza, el corregidor Juan de la Riva y de su esposa, Lucrecia Sansoles, además de soldados con armaduras, espadas y el escudo de armas —en el que desde España se ordenó inscribir la leyenda que lo rodea—, un cura franciscano con la Biblia en una mano y la cruz en otra, e indígenas.
Aunque parece un detalle poco trascendente, el responsable de Investigaciones Culturales del Gobierno Municipal de La Paz, el historiador Randy Chávez, resalta que la vestimenta ha jugado un rol importante en el desarrollo de las sociedades y su evolución ha influido en los diferentes estilos o modas, materiales y tecnologías disponibles, códigos sexuales, posición social, migraciones humanas y tradiciones. Todos esos aspectos son constancias propias de una época y en el caso de los vestidos se ha reconstruido gracias a retratos, esbozos, dibujos o descripciones de las crónicas.
En la ciudad de Nuestra Señora de La Paz de 1548 las vestimentas diferenciaban a españoles e indígenas. Los habitantes del valle de Chuquiago Marka eran parte del imperio inca hasta la colonización hispana. El historiador explica que entre las principales prendas que utilizaban los nativos estaba el unku, que era una especie de camiseta de lana que cubría desde los hombros hasta las rodillas —se diferenciaba en cada etnia por los colores y diagramas—; la llakolla o llakota era una especie de manta que cubría la espalda y se componía de dos piezas rectangulares cosidas por el centro, que llegaba hasta las rodillas; el llautu, era una trenza de colores, envuelta en la cabeza por la frente a manera de corona; el chuccu era atuendo que utilizaban en la cabeza las diferentes etnias, sus formas y colores tipificaban a cada uno de los ayllus; la chuspa —que ha sido urbanizada— era un bolso de lana de diseños variados, se la ponía por encima del brazo izquierdo y caía por debajo del brazo derecho, y era utilizado para llevar lejía y coca; los wiscus o ujutas eran de cuero de llama y cubrían los pies, sujetados al empeine con cordones de colores de lana gruesa.
El tejido estaba presente en ceremonias religiosas, guerreras, mortuorias, formaba parte del estatus social del imperio. El cumbis era utilizado por los gobernantes y las awuaskas por los súbditos.
Tras la fundación y su instalación definitiva en Chuquiago, los españoles introdujeron su forma de vida, incluido el vestido, que reflejaba los resabios de la edad Media y del Renacimiento. Para esta época los soldados utilizaban armaduras, y sus armas se diferenciaban entre arcabuceros y piqueros. Randy Chávez explica que los piqueros vestían morrión, que era una armadura de la parte superior de la cabeza, hecha en forma de casco, y que en lo alto solía tener un plumaje de adorno; la coraza de escarcelas era una armadura de hierro o acero compuesta de peto y espaldar, con una parte que caía desde la cintura y cubría el muslo. La alabarda fue el arma distintiva de los sargentos españoles, estaba compuesta por un asta de madera de aproximadamente dos metros de largo y de una moharra o cuchilla transversal, aguda por un lado y en forma de media luna por el otro. Por lo general, el amarillo y el rojo fueron los colores más utilizados por ese ejército español.
Al margen de la vestimenta militar, la ropa civil de los varones era el calzón, que tenía la forma de bombacho ancho y acolchado que cubría desde la cintura hasta las rodillas, se ataban con un cordón enjaretado. El jubón era una especie de chaleco, que iba desde los hombros hasta la cintura, ajustándose en el cuerpo, al inicio fueron de mangas cortas, visibilizando las mangas de la camisa. El chupín se diferenciaba del jubón porque era más corto y estrecho. La capa era una pieza suelta bastante amplia, se llevaba sobre los hombros y bajaba hasta la altura del calzón. El capote era una especie de capa más corta que llevaba mangas. Las camisas se llevaban debajo del jubón y el chupín, desde la base del cuello hasta medio muslo. Las golillas, esos cuellos alechugados, tenían el aspecto de una rueda de molino, se armaban sobre esqueletos de alambre. Los sombreros eran largueados, de copa alta con la parte superior en forma cónica; de brevedad, de copa mediana y terminaba en el extremo final en forma plana; de medio, de copa mediana y terminaba en la parte superior y borde en forma redondeada, y los birretes, gorro armado en forma prismática y coronado por una borla. También usaban calcetas de seda o algodón que cubrían las piernas hasta medio muslo, generalmente sujetadas con ligas. Los zapatos de forma puntiaguda y cubrían el pie hasta casi los tobillos, en el empeine se adornaban con hebillas de metales preciosos o conchas.
Como accesorios el historiador consultado se refiere a las espadas y bastones, las primeras eran utilizadas como símbolo de prestigio y autoridad, se sujetaban en un cinturón. Los segundos eran encasquillados en oro, plata e incrustaciones de piedras preciosas, empleados por los gobernantes.
A la hora de referirse a la vestimenta de las mujeres Randy Chávez dice que las que se aventuraron a vivir en el valle usaban el jubón, que era una especie de blusa ceñida que cubría desde los hombros hasta la cadera, con punta hacia adelante, de cuello cuadrado o escotado. La saya era una falda acanalada, acartonada, atada con un cintillo, que cubría de la cintura hasta la punta de los pies. El capotón era una pequeña capa que se sujetaba bajo el cuello y se llevaba hasta más debajo de las caderas; los tocados cubrían la cabeza y se llevaba en señal de sumisión al marido, solamente las solteras se mostraban en público con el pelo suelto. La camisa generalmente llegaba hasta la punta de los pies, se ajustaba con cintas en los costados y llevaban adornos en el cuello y en las mangas. Las enaguas, faldellines de cintura, generalmente de telas blancas, adornadas con encajes blancos y cintas de colores tenían bastante vuelo, ya que levantaban las sayas. También lucían la gorguera o cuellos postizos, de forma circular como la rueda de un molino, con pliegues ajustados con varias capas o en forma de discos planos plegados. Los zapatos eran de taco bajo, ajustados al pie, con bordados exquisitos, pero de poca durabilidad. Las medias de seda e hilos eran imprescindibles en las damas elegantes; entre las joyas se encontraban los zarcillos, cadenas, gargantillas, brazaletes y anillos.
Años después de la fundación de La Paz, los españoles requerían telas para coser sus vestidos, con las que llegaron estaban envejeciendo y adquirir nuevas resultaba muy costoso porque hubiera habido que traerlas desde España.
Esas circunstancia impulsó a dos vecinos —Juan de Rivas y Hernando Chirinos— a solicitar a las autoridades la licencia para establecer una fábrica de paños, lienzos y bayetas en su jurisdicción. El Cabildo de la ciudad les otorgó los terrenos baldíos de Saillamilla (que quiere decir “río de sailla”), denominado así por los indígenas y que quedaba distante a una legua de la cuidad, era lo que hoy es Obrajes. Era una cañada cubierta de árboles, arbustos y matorrales, con ligera planicie sobre el margen izquierdo del río Choqueyapu. Con la ayuda de los indígenas mitayos se aparejó el terreno y fueron levantadas las edificaciones para que funcione la industria textil paceña, que fue la primera que se estableció en el territorio que abarca desde el Cusco hasta Tucumán, siendo por un largo tiempo la única.
Comerciantes de Chuquisaca, Guamanga, Tucumán y Cusco, entre otras ciudades, acudían a buscar tejidos, frazadas, cobertores, lana de la tierra y de Castilla, sayanes finos, para la elaboración de ropa para las órdenes religiosas.
Cuando se alcanzó la calidad requerida para coser prendas de vestir de uso diario las telas se hicieron tan populares que Hernando Chirinos instaló un almacén en la vía donde residía —en años de la colonia recibió el nombre de calle Chirinos, hoy es la calle Potosí—. La fábrica alcanzó tal fama que el lugar donde estaba instalada era más conocido por ese apellido que por el denominativo indígena de Saillamilla, luego fue nominado como Obrajes.
De los telares de este sector de la ciudad salieron las vestiduras para el mayor consumo de los españoles pobres, criollos y mestizos. De la misma forma, a través de los corregidores, los aymaras y quechuas de la región fueron obligados a consumir este tipo de telas, abandonando su tradicional forma de vestir: los hombres adoptaron el uso de calzones de esos géneros; y las mujeres, sayas de bayetas.
Al hacer el repaso por la vestimenta en La Paz el 465 años de vida, Randy Chávez hace un salto hasta el siglo XX, que en sus inicios fue testigo del nacimiento de la alta costura. El entrevistado destaca que en el caso de las mujeres la industria de la ropa interior evolucionó notablemente, llegando a popularizare el brassiére, creado medio siglo antes, el prototipo del moderno sujetador. Cuenta que la clase alta paceña comenzó a vestir a la moda europea. Los caballeros lucían extravagantes bigotes, vistiendo elegantes trajes oscuros, camisas blancas, con una elegante y delicada corbata o gato, sombreros de felpa, larga leva y bastón. Las damas lucían vistosos vestidos al corte de la moda, con grandes volantes que llegaban hasta el suelo, sin embargo, levantaban graciosamente el contorno de éstos para evitar el polvo. Utilizaban el corsé, que era una prenda interior armada con ballenas para ceñir el cuerpo desde debajo del pecho hasta las caderas. Seguían la moda de los botines con cordones. Sobre sus anchos sombreros adornaban coloridas plumas y, muchas veces, llevaban bajo el brazo una pequeña y delicada sombrilla.
Mientras la clase alta asimilaba la moda europea, otros sectores de la sociedad paceña, sobre todo en el caso de las mujeres, siguió utilizando la moda de la chola, que consistía en el uso de un sombrero de copa alta o baja, con el ala ancha o corta, que tuvo su origen en el siglo XVIII como parte del tocado o montera, cuya función era la de cubrir del sol. La manta, que tuvo una derivación originaria del mantón de Manila, que llegó de España de seda, gasa o lino.
La blusa sencilla, bordada, calada y de diversos colores y texturas. La pollera, una prenda que data del siglo XVII que en sus orígenes fue el faldellín, que eran faldas confeccionadas de paño con caída de pliegues de forma suelta. Las botas de media caña, ajustadas a la pantorrilla.
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