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jueves, 17 de octubre de 2013

GUERRA DEL GAS FRENTE A LA VIOLENCIA DE ESTADO, UNA RESPUESTA NO VIOLENTA LAS HUELGAS DE HAMBRE DE 1977 Y 2003

“Consternados por la violenta represión gubernamental contra los sectores sociales movilizados y ante la gravísima crisis política que ha paralizado a Bolivia, los ciudadanos y ciudadanas que suscribimos este pronunciamiento nos declaramos en huelga de hambre, exigimos el cese inmediato de toda acción represiva por parte del Gobierno contra el pueblo", comienza diciendo el documento entregado a la prensa por un grupo de ciudadanos liderados por la ex Defensora del Pueblo al momento de instalar una huelga de hambre exigiendo la renuncia del presidente de la República, Gonzalo Sánchez de Lozada, el día miércoles 15 de octubre de 2003.

El grupo que se declaraba en huelga de hambre estaba encabezado por Ana María Romero de Campero, acompañada por el padre jesuita Ricardo Zeballos, el vicepresidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia Sacha Llorenti, la cantautora Jenny Cárdenas; el empresario Javier Hurtado y los intelectuales José Antonio Quiroga y Ricardo Calla. Movimiento que rápidamente tuvo eco en la población civil, que instaló más de 46 piquetes de huelga de hambre en el país y organizó marchas de protesta pacífica para manifestar su apoyo a los huelguistas, que levantaron su voz en un ambiente de protestas, marchas y bloqueos en el que se debatía el país pidiendo la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada.

En 1977, un acontecimiento similar sacudió al pueblo boliviano, cuando cuatro mujeres mineras se declararon en huelga de hambre exigiendo al gobierno de aquel momento la amnistía general e irrestricta para los presos políticos, una acción sacrificada que finalmente logró deponer al general Hugo Banzer Suárez. Aquella protesta surgió en un contexto en el que todas las libertades estaban restringidas, motivo que gravitó para que la huelga se masificara en pocos días. Fue un movimiento creciente que forzó a Banzer a conceder la amnistía irrestricta y lo alejó del poder, además de que puso en evidencia la debilidad del régimen, a la par que se debilitaban las barreras de la censura y las restricciones político-sindicales que el país había soportado desde 1971.

La huelga de hambre es considerada por algunos autores como una estrategia no violenta de lucha y movilización asumida por los sectores populares que bregan pacíficamente por alcanzar reivindicaciones sociales y políticas. Johanna Simeant y Jacques Roux, autores que se refieren a la huelga de hambre en sus investigaciones, señalan que esta medida, si bien no es de violencia ejercida contra el adversario, desde la perspectiva de quien la asume, sí lo es de violencia contra sí mismo. Es un acto en el que se acentúa mucho el papel del individuo, del actor de esa acción, que expone su cuerpo a una violencia en sí misma. Coinciden los autores en señalar que la violencia de los huelguistas de hambre, que por supuesto es ejercida contra sí mismos, responde a otra anterior y que, en ese sentido, existe una conexión analógica entre el sufrimiento del huelguista antes de la huelga y el sufrimiento voluntario.

Así, los dos acontecimientos mencionados, producidos en coyunturas de violencia, responden con un método no violento de lucha. La acción no violenta es un término genérico que abarca muchos métodos específicos de protesta. Gene Sharp puntualiza que, en todos los casos, los activistas no violentos se enfrentan al conflicto rechazando acciones de violencia, lo que no significa una inacción, sino una acción no violenta de lucha política. Sin embargo, sea cual fuere el problema y la magnitud del conflicto, la acción no violenta es una técnica por medio de la cual la gente que rechaza la pasividad y la sumisión, y que considera que la lucha es esencial, puede librarla sin usar la violencia. De ahí que a la violencia del régimen se opone la no violencia. Además, los actores de este movimiento no son los actores políticos ordinarios. A las cuatro esposas de mineros se suman religiosos y religiosas, jóvenes, estudiantes, es decir, actores sociales no políticos, en el sentido de que ninguno de estos grupos o personas se lanzan a la búsqueda del poder, como la huelga liderada por la ex Defensora del Pueblo, que entre sus protagonistas tenía artistas, miembros de la Iglesia católica e intelectuales.

En la huelga de 1977, los sindicatos y algunos partidos políticos apoyaban la huelga, pero en ningún momento la controlaron ni fijaron su contenido; en el conflicto de octubre de 2003, los sindicatos y los sectores sociales copaban las calles pidiendo la renuncia de Sánchez de Lozada a la presidencia de la República.

Precisamente por las características propias de esta medida, las dos huelgas de hambre se declararon como medidas pacíficas de protesta: Domitila Chungara declaraba en 1977 que su movimiento tenía propósitos humanitarios de solidaridad con los presos políticos. Y en octubre de 2003, Ana María Romero explicaba que la huelga era una forma de exigir la pacificación del país. Ambos movimientos, motivados por circunstancias parecidas, son ejemplo claro de la importancia que tienen las medidas no violentas de protesta por la influencia que ejercen en las luchas sociales. Salvando las diferencias, ambos tuvieron la capacidad de “tumbar” gobiernos, incluso dictatoriales como el de 1977, o excluyentes, como el de 2003.

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